CARTA III/Castaña, hubo que matarlo

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CARTA III/Castaña, hubo que matarlo.

17 de diciembre de 189…

Querida Castaña:

Hubo que sacrificarlo, el pobre yacía enredado, herido ¡muy herido!  y con pocas fuerzas incluso para bramar. Éstas tres últimas noches fueron frías, y sin agua ni comida, poco era de cierto que sobreviviera. El ganado es frágil para la vida silvestre y la intemperie. El ser humano lo ha debilitado tanto con la domesticación, que sobreviven ya sólo en una total dependencia cercada. Comemos su carne, y ellos, no hacen más vivir hasta donde se los permitimos, y como se lo permitimos. Los hemos reducido a mercancías a fin de cuentas, sí. Sin embargo, este becerro, me miró a los ojos, y entre sus bramidos, herido cogote y cuerpo por el alambre de púas, entre su miseria trasmitió su angustia de no entender qué estaba pasando. Lo sentí como hermano de la vida. No sé ¡Ay! ¡Primera vez que me pasa! Me ha partido un poco el corazón. Esta vez no siento los pesos que con él se van. Siento la impotencia del que vive,  frente a la inevitable y cierta, e intempestiva siempre muerte.  Cómo es de grande el milagro de la vida, y a la vez, algo insignificante, como mi agonizante becerro.  Un breve momento de estupefacción y mal asombro queda en lo que arrojan unos ojos así, cuando te mira algo o alguien a quien se le va la vida. Hay un absurdo en todo lo grande, y no sé si salvemos la vida en su condena con algo bello. Convoquemos una bella vida, ya que, sin nada hacer más que vivirla, la vida queda condenada. Sí, la vida también puede, como dicen, no valer nada.

Por el suceso con el becerro he estado de mal humor toda la restante tarde. Si bien lo desalambré y traje a su corral, yació ahí, boqueando, sin tomar agua, sin comer, sin esperanzas de lograrse. La Claudia, su madre, había bramado estos dos días en que no estaba su cría. Sin embargo, ahora, al tercero, es como si lo hubiera olvidado, como si nunca hubiera existido. Envidio un poco la programación natural de estos animales, que no esperan jamás desde fútiles emociones. Ahora es media noche. Yo mismo he sacrificado al pobre animal hace dos horas -dale tú, yo ahí sí no me atrevo- dijo Flaco. Y tú sabes, Castaña, este es el trabajo. No es la primera vez que mato un ser vivo. A éste le di un tiro en la cabeza. Nada nuevo. Yo los he criado a todos, para, al final, también matarlos a todos.  Así es como debo de hacerlo.

Isabel, estoy triste, por matar así a aquel becerro. Te dije días atrás que no me iba a aguantar el vestido de la montura. Mañana remendaré con algo mis bastos reventados. Yo hoy logré el trabajo, más que nada, porque dalton es un buen caballo.

Castaña, esta carta solo me sirve para demostrarme, que entre lo grotesco de mi mundo, tu belleza es lo único que cuenta. 

Con cariño, Tristán.

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