Por Christian Leobardo Martínez Aguilera.
La salud es, pues, el ritmo de la vida,
un proceso continuo en el cual
el equilibrio se estabiliza una y otra vez.
Hans Georg Gadamer
Se pretende en la presente reflexión defender la idea de la salud pública como un saber vivir. Se intentará mostrar cómo, los orígenes etimológicos de “salud” y “público” encierran el germen de un saber vivir que atañe a todos y todas las personas en una sociedad para la consecución de la sanidad. Como no se pretende nuestro reflexión una descripción historiográfica sino conceptual, intentaremos esclarecer a través de la enumeración de algunas problemáticas aquello que, desde las prácticas cotidianas (observadas como usuario, desde luego) de las instituciones y el personal de salud, va en detrimento de lo que sería una humanizada práctica de salud.
En un tercer momento, haciendo tal comparación, entre un concepto de salud pública humanizada como saber vivir, y las practicas institucionales sistematizadas, intentaremos mostrar que lo viable y primero para una correcta salud pública, estará en la prevención y la procuración de ausencia de enfermedad, más que el desarrollo tecnológico, técnico y científico de la medicina. Es decir. Que la salud pública, debe tener más que ver, en un primer y más importante momento del arte de prevenir la enfermedad, que con los avances de la medicina clínica.
¿Qué significa que algo se haga público?
A grandes rasgos y de manera general, podemos responder de la siguiente manera a tal pregunta: algo que es sabido y conocido por mucha gente. Algo que se realiza ante grupos de personas atentas a lo dicho o hecho para ser difundido y conocido por muchos y muchas. Que algo sea de “dominio público” significa, así, que se atiene al decreto de lo público. Por otro lado, yendo a las etimologías “lo conocido por mucha gente” viene de la palabra latina populum, y significa “lo dirigido al pueblo”.
Si decimos, entonces, que la salud es un asunto de dominio público, estamos hablando de algo que se ha de resolver y llevar a cabo en conocimiento y práctica de mucha gente, si no, es que, en términos políticos, de todo ciudadano y ciudadano. Así, cuando tenemos que la salud pública está en esta índole, es decir, del populum “lo dirigido al pueblo”, si nos remitimos a la etimología de la palabra “público”, tenemos, también, lo siguiente: viene del latín publicus “el pueblo” y, ésta, a su vez, de populicus “lo perteneciente al populus”. La palabra público, entonces, guarda en sus orígenes, el sentido de “hacer visible para el pueblo”.
El gobierno que nos rige como Estado nación, dice en su nominación ser, ante todo, una REPÚBLICA. Res en latín significa “cosa”, y habiendo visto que publicus significa “el pueblo”, con ello, tenemos que la respublica significa, “la cosa pública” “el asunto del pueblo”. Ahora, si hablamos de que la salud es pública y que la palabra “salud” viene del latín salus, salutis “salud, salvación” y del adjetivo salvus que significa “intacto, a salvo” lo que estamos evocando, entonces, si hacemos caso al horizonte que nos abren las etimologías, es que estar a salvo, intacto como salud pública, es una cuestión que se cumple sólo en el horizonte de que sea participación de todos y todas las y los que conforman lo público.
Yendo más allá del significado arraigante de las etimologías, aquí nos proponemos pensar y mostrar que las cuestiones de índole de salud pública deben asumir más la cuestión del saber hacer y conocer por parte de una colectividad, que soslayarlo a una mera tarea en manos de las instituciones y del aparato de Estado, que aún con los avances en la ciencia médica y con un mayor ingreso de inversión monetaria, si no está el fundamento de la colectividad en practicando el saber vivir desde la prevención.
Si llevamos la cosa sólo la la cuestión científica y de la medicina clínica:
«En este contexto, la salud se interpreta como un objeto de estudio que debe ser explorado a través del método científico en la búsqueda de posibles usos para los fines del hombre; donde el conocimiento verdadero al que aspira la ciencia moderna y la apropiación del objeto que declara la epistemología de las ciencias naturales, implican un conjunto de responsabilidades. La cientifización y medicalización de la salud la han despojado de los referentes que la vinculan con la humanidad, haciendo de ella una cosa útil al alcance de la mano para ser empleada como instrumento que posibilite dominar la vida y esté al servicio de los propósitos del hombre, justificando con ello, las concepciones de salud y la tendencia de comprenderla según la opinión común o la tradición médica».[1]
Si bien a lo largo de la relativa corta historia de la salud pública en México (también a su vez como nación joven) se han logrado muchos avances para la erradicación de enfermedades y para la instauración de instituciones y hospitales, así como todo un sistema de salud que intenta lograr sanear en todas sus dimensiones problemas de salud, sus orígenes tienen que ver más con prácticas de élites políticas, económicas y científicas, que con un verdadero horizonte de bienestar público. Es un hecho histórico: esa realidad doliente de siempre, en la cual, las personas de bajos recursos y grupos minorizados por el poder, son las que más sufren los intereses y fallas de las administraciones y políticas públicas en todas sus dimensiones.
Sin embargo, la salud pública desde un horizonte de bienestar común y como una responsabilidad de todos y todas las personas que conforman una sociedad, como hecho, no puede explicarse únicamente desde un solo ámbito: ni únicamente desde lo científico, ni lo médico, o político, tampoco de lo cultural, ni lo social, así como menos de Estatal- institucional, no. Porque la cuestión de la salud pública existe como un modo conciencia de mundo y de vivir, como un modo de vida que se intenta lograr en armonía con lo natural, más que de dependencias en avances y progresos médicos y técnicos, así como de políticas de Estado.
Este es el horizonte originario que se intenta recuperar y defender la presente reflexión al respecto de pensar la salud pública. Es por ello que, no pretendemos aquí hacer una revisión historiográfica de la salud pública en México, cuestión de más trabajada y citada en su inmensa literatura. Sino que, se nos hace más urgente que importante, el poder pensar la salud pública en términos de responsabilidad colectiva, para poder contrarrestar aquellos prejuicios (justificados) que las personas de nuestra sociedad[2]aún guardan cuanto en términos de salud pública se habla. El común de las personas dependientes del sistema de salud en México no confía en las instituciones ni en el personal de salud. Sin embargo, existe, paradójicamente, la idea de que tales instituciones tiene la responsabilidad de curar aquello que nosotros mismos hemos dejado invadir de enfermedad.
En este último la participación del paciente es eminentemente pasiva, receptiva, en espera de que se le diga lo que se debe hacer para restaurar o conservar el estado de salud. Con la supeditación del juicio derivado de la práctica clínica al uso racional de la tecnología médica, el padecer del paciente fue desplazado del acto médico, lo cual propició que se desechara la vivencia de la enfermedad, tanto del enfermo como de su familia y del entorno social del mundo que comparten.[3]
Si bien la cuestión de la salud en nuestro país, a nivel infraestructura, estructura, administración y lo sistémico en general, es tarea ineludible del Estado, el concepto de salud pública guarda, en sus dimensiones, el carácter de aquello colectivo: la responsabilidad de mi bienestar de salud tiene que constatarse y hacerse efectiva porque hay las ausencias de enfermedades y la condiciones de prevenirlas. Es decir, la salud como cosa pública no hace más que mostrar que las condiciones para poder estar saludable tienen que ver más con el hecho de no perder la salud, más que con tenerla. La enfermedad es algo que perturba la vida, algo que la imposibilita en sus potencias de realización.
Estar sano, como sabiduría práctica, entonces, podría verse, más como un elegir potencializar la vida a través de un modo de vivirla lejos de hábitos y consumos en detrimento de la sanidad. Lo que estamos diciendo, entonces, en estos momentos, no atañe tanto a la responsabilidad del Estado y las instituciones, como a la propia sabiduría práctica del saber vivir. Que tener salud es preservar una vida con hábitos en pro de ausencia de enfermedad, y que, por ello, la tarea más grande de la salud consiste más en el arte de mantener la ausencia de enfermedad, que en las prácticas médicas y de sanación.
La ya trillada frase “la salud es una tarea de todos (as)” es un claro ejemplo y muestra de lo que este asunto encierra. Frente a una cultura del asistencialismo en la medicina, frente a los prejuicios (justificados) de negligencia médica, insuficiencia y mala calidad de atención en las instituciones de salud pública, la salud pública, es un asunto que requiere del pensarse como un saber hacer de todos y todas en los niveles de información, prácticas, profesionalización y prevención.
Hoy en día, es cosa esperanzadora ver que se trabaje en los niveles de primera atención en los centros de salud desde la calidad humana. En donde, el paciente, se siente verdaderamente acompañado en su tratamiento, en su convalecencia o proceso de curación. Y que a su vez (cosa que es más difícil por los intereses y niveles de corrupción e irresponsabilidad de las autoridades) el personal de salud no se sienta abandonado en su quehacer diario por parte de quien debe suministrar insumos, material y herramientas para la realización del trabajo.
Si bien, las enfermedades actualmente pueden tener diversas causas, ya sean autoproducidas por los diversos hábitos alimenticios, tabaquismo o alcohol, también hay las enfermedades de índole hereditario, o causadas por patógenos externos, donde entran en juego tanto la regulación de productos nocivos para la salud por parte de las autoridades como la decisión de la persona. Si la persona no sabe lo que consume en detrimento de su salud, quiere decir que hay un vacío de diálogo y comunicación entre quienes tienen el deber de informar y quienes tiene el deber de informarse. Así como el crimen político de permitir que productos nocivos para la salud sigan o lleguen a los mercados.
Sin embargo, la idea de salud pública que aquí hemos venido describiendo, tiene como el más importante paso para su realización, el hecho de la decisión por lo sano. La humanización de las prácticas de salud pública, que, hasta ahora, se habían ido a guardar y depositar en la automatización sistémica de la burocracia y todo el aparato de Estado y el trabajo del médico tradicional, con su forma fría y calculadora de cuantificar síntomas y recetar fármacos, pueden soslayarse, en un nivel primero, desde la decisión del ciudadano, o ciudadana por preservar la vida y la sanidad desde un saber vivir en armonía con lo natural. Si la salud pública puede significar un cuidado del otro, de la otra desde el autocuidado ¿está en esencia en el horizonte de lo institucional verdaderamente la salud pública?
[1] Rillo, G. A. APROXIMACIÓN ONTOLÓGICA AL SENTIDO ORIGINARIO DE LA SALUD DESDE LA HERMENÉUTICA FILOSÓFICA, consultado en http://scielo.sld.cu/pdf/hmc/v8n1/hmc020108.pdf
[2] Las personas dependientes directamente de las políticas públicas y de acciones de Estado, y que son las personas de bajos ingresos, más que aquellos particulares que jamás usan el servicio público.
[3] Jara-Navarro MI. El estado oculto de la salud. Reseña del libro La práctica médica en la era de la tecnología Karl Jaspers. Barcelona: Gedisa; 2003. Rev. Gerenc. Polít. Salud. 2016; 15(31): 323-325. http://dx.doi.org/10.11144/Javeriana.rgyps15-31.eods