Prólogo
Hay una escena que se repite constantemente en mi vida cuando al conocer a alguien se entera a qué me dedico. Una vez que las charlas protocolarias sobre el clima y el tráfico quedan cubiertas, las personas, sobre todo madres y padres de familia, suelen abordarme con preguntas casuales sobre inquietudes o problemas cotidianos, muchas de las veces los protagonistas son anónimos: ¿Es normal que un niño de 6 años…? ¿Qué se hace para que un niño deje de…? ¿Cómo haces para ayudar a una niña cuando…? ¿Por qué los niños…? Me miran fijamente a la espera de la respuesta con la fórmula mágica que resuelva todo problema de comportamiento. La mala noticia: tal solución no existe. Sin embargo, he encontrado una respuesta que es a la vez asombrosamente simple y que refleja la complejidad de la conducta humana por lo que se ha convertido en mi palabra favorita: Depende. Y es que cuando alguien me dice que un niño tiene problemas de conducta más que contestar me siento tentada a preguntar ¿Cuál es el problema? ¿Qué tan grave es? ¿Cómo afecta al niño… y a su entorno? ¿Para quién es un problema? ¿Desde hace cuánto tiempo? ¿Cuándo ocurre? ¿Dónde pasa? ¿En compaña de quiénes? ¿Qué pasa antes… y después? Determinar lo que significa un problema de conducta depende de muchos elementos individuales, sociales y estructurales. El artículo que compartimos presenta una discusión de cómo en México se ha construido socialmente el concepto de comportamiento infantil problemático y cómo la idiosincrasia inherente tiende a invisibilizar, desestimar y justificar estas dificultades en los niños lo que favorece una búsqueda tardía de atención y a un mayor efecto negativo en la calidad de vida de los niños y sus familias.
Mirella Arredondo
https://dspace.palermo.edu/ojs/index.php/jcs/article/view/4344/6433