Tu rostro va manejando, de una eterna madrugada, un doble remolque en la palabra responsabilidad. Se me figura tu rostro de héroe volanteando. Se me figura tu rostro acompañando mi frágil infancia ¿hasta dónde llegará mi padre? Decía ¿al fin del mundo? pensaba.
Mi tristeza es un eco del alma. Y mi silencio en que te pienso, la espera. Y la desesperanza, las horas en que lo más real es la imposibilidad en que te busco con todas mis preguntas, aun sabiendo que no puedes volver a estar conmigo. Yo soy aquel hombre, aquel niño que tú hiciste de tu costilla ¡Padre yo soy tu mismo barro! Yo soy el sueño que una vez tuviste del amor, de la realización ¡Rodolfo! Y la esperanza ¡Qué amar era tu voz!
Soy de los que llaman «sin dios»; pero algo llenas tú de divino el mundo ¡Qué encarnación eres de un diospadre!
Yo soy aquél amado y esperado (siempre lo sentí a tu lado) ¡Lo que yo soy tú lo lograste! ¿De dónde manaba aquel ímpetu tuyo? Solo que fueras un sabio, ahora lo veo, padre mío. Solo porque eras sabio fue que, arrastrando tu cruz, te fuiste a crucificar allá en la cumbre de mi necesidad para mi salvación.
Y yo, indigno, como todo humano en degradación divina, mudo, impotente con las alas rotas miro al cielo, allá donde quizás perteneces, no porque estés, sino por lo bello ¡Gigante etéreo que todo lo cundes!
Ahora, lastimera la larde, te recreo en recuerdos, allá en tu último día con tus dolorosas horas finales. Allá, allá en que lloré desconsoladamente sobre tu pecho muerto.
Tú eres poesía y no lo sabes, Padre. Loable, donde estás, no es más una tumba. Pues yo ahí voy a buscarte, aún frágil, como cuando niño, pero ahora, como un pájaro a su nido.