LEYENDO A SCHILLER/ La libertad es una acción bella

LEYENDO A SCHILLER/ La libertad es una acción bella 1
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Leyendo a Schiller, respecto al arte, aquella “hija de la libertad” – así la ha descrito el poeta alemán en un claro giño al juicio moral kantiano- ella es: algo que el ser humano hace. Sobre esta balanza, entonces, dada su dimensión práctica (kantianamente hablando), el arte vendría a ser un acto, pero también, dado su dimensión estética: aquel lugar en que acontece el fenómeno de lo bello. Con ello, nos estamos acercando, pues, a una interpretación del arte que reza así: arte es toda acción en la que acontece algo bello.

El intento filosófico de Schiller desde las Cartas sobre la educación estética del hombre radica en mostrar, cómo es por medio de la belleza que el ser humano se encamina en un horizonte hacia la libertad. Si lo bello ha de ser el modo de acceder a la libertad, entonces, todo aspecto de la existencia humana[1] que se ve afectado por el problema de la libertad, ha de tener que vérselas, por ende, con una educación estética. Si decimos esto desde las estructuras lingüísticas del Profesor Russell (el de nosotros, pues, el de Cronopios, no el inglés) lo bello, sería condición de posibilidad para la libertad, pero, ésta, a su vez, como acción, vendría a ser el espacio-momento de acontecer de lo bello, a través de la acción del arte.  

Ahora, si el arte es práctica ¿sirve para algo? Yo diría que no. Pues, si bien el ser humano es una existencia que acontece haciendo, su hacer no tiene nada que ver con la cuestión de lo útil moderno. Es en ese horizonte que se inserta la praxis artística. Praxis y tecné son palabras que remiten a la tradición griega. Saber hacer no es saber producir. El saber hacer que, atañe a las cuestiones más propias que hacemos desde la facticidad de nuestra existencia como estar-ahí en relación con el ser, no tienen que ver con producir cosas, antes bien, tiene que ver con la espontaneidad de vivir, y su sucederle al ser humano su hacer, más que una decisión entre un “lo hago o no”. El modo de asumirlo esto, conscientemente, lo es el pensar. Lo pensado, la intencionalidad (hablando husserlianamente) de aquello con que llenamos nuestro pensar es siempre en relación al es de lo que pensamos, es decir, su ser. Pensar es siempre en relación al es de lo que es.

No puede haber colectividad humana sana, justa, digna si no está compuesta por seres libres. Las acciones libres llevan a una verdadera práctica política, pues, todo bien común es real sí, y sólo sí, es creado a partir de seres libres. Perder interés en acciones por la libertad, vendría a denotar indiferencia por la construcción del bien común. Más grave aún, por la existencia misma que va en juego si no se asume como tal, en su radical constante tomar de decisiones.  Si cualquiera que ha experimentado momentos y espacios de libertad no ha podido, por ser tal su fuerza, quedar indiferente ante la libertad, mucho menos lo dejará de ser si ha comenzado a pensar por sí mismo, misma.

Cursi, como soy, diría: lo bello es entusiasmo consagrado al bien de la humanidad. Y así, el “magno destino de la humanidad” (suponiendo que éste sea acceder a la libertad) no vendría, entonces, a discutirse desde categorías políticas progres moderno-ilustradas de siempre; o teoréticas parecidas. No. Sino que, vendría a insertarse en aquello que pasa por el campo de lo estético. Lo bello, siendo el camino hacia la libertad, resulta acción originariamente ineludible en términos de comenzar a ser libres.  El arte, como fenómeno de lo bello, y como espacio en que acontece de manera más clara la belleza, ha de ser abrevadero en que podamos beber y aprender sobre la libertad y el bien común. Sin embargo, sería un tanto inadecuado no hacer cierta precisión al respecto del “aprender del arte”. La libertad, como algo que no es mero saber teórico, más bien práctico; ni “es”, en el sentido presencial e inmutable del término, está, entonces, más ligado al suceder de la acción, y como tal, requiere otro modo de saber, es decir: el saber práctico. El saber práctico implica saber hacerse a uno, una misma. En todo saber hacer, como existencia fáctica va siempre nuestra existencia misma implicada. Lo que hace un ser humano, es lo que lo hace en el mundo de la vida, irse formando. Hacer, es algo propiamente humano. Pero el ser humano no existe para decidir si hace o no hace, no. El ser humano es ya, siempre, hacer. Existe de tal modo que haciendo. No hace, le sucede que existe haciendo.

Sartre ha dicho – tal vez – en este sentido que:  estamos condenados a ser libres. Pero no como si la libertad fuera cosa de un decreto, sino como determinación ontológica de nuestra existencia. No todo hacer de la existencia humana es en relación con la radicalidad de su existencia. El hacer como fenómeno del ethos es fenomenología de la libertad. La libertad se muestra como patencia radical de existir humanamente. Pues existir humanamente, lo es, siempre y cuando se sea haciendo, y pensando en su hacer. Lo estético del caso es que la acción libre es una acción bella. Libertad es estética, más que ética.

Si lo bello como acción, es el camino por donde se pasa hacia la libertad, toda acción libre sería bella. El arte es una acción bella, no tanto por su expresión formal de lo bello estético, sino por ser acontecimiento de libertad. El arte es un modo de la libertad. La libertad, por su parte, que no sirve para nada, como lo que es bueno en sí, ha de ser algo más grande.

Reto tremendo para nuestra época, donde, aún, como dijo Schiller también de la suya “lo útil es el gran ídolo”.  No necesariamente nuestra humanidad debe ser reducida, explicada y determinada por lo sistémico.  Pues, como dijo el Flaco Spinetta – pero de manera más bonita – “las almas repudian todo encierro”. Si desde la poesía, antaño, nos hemos revelado a nuestro destino, y hemos vencido una que otras veces a unos que otros dioses, sigamos: ¡Escribamos y leamos poesía! Que así sucede la poesía. Todos los días, sencilla, pero eminentemente acción bella.


[1] Nótese que se dice “existencia humana” y no ciudadano o ciudadana, para no ligar nuestro pensar a dichos horizontes acotados de lo político por los ilustrados del siglo XVIII. Uno, porque no nos interesan los Estados. Dos, porque antes que importar un ciudadano, ciudadana, importa el ser humano ahí, en su facticidad, tal como el payaso que escribe aquí, haciéndose preguntas que no servirían para nada.

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