Estoy decidido y soy muy feliz por ello. Mi novia: la más bonita día a día. Ya espero ansioso diciembre. Mientras, hacemos los preparativos para la boda y todo eso. A cualquier hora del día que no estoy con ella, yo mando un mensaje de texto: – te amo -. – Yo más- contesta. Estoy contento. Ella me besa y yo florezco. Ella sonríe, y reconozco entre su sonrisa algún vestigio de diosa. Estoy enamorado y tengo 35 años.
Pasa que estos últimos años me he dedicado al campo y los ganados; a los trabajos y los días como formulaba Hesíodo. ¿y la filosofía? ¿y la poesía? Pues verán, hace meses que no leo. Lo último que leí fue el Ulises de James Joyce. No lo terminé. Confieso que me pareció una lectura aburrida (nótese que dije lectura, no libro. Nótese igual, que el libro no es el texto, pero el texto no es otra cosa más que la lectura) y siento que la traducción que leo no es muy buena. Sin embargo, creo que debo llevar a cabo un esfuerzo interpretativo más serio para poder descifrar su valor, puesto que, aunque no me agrade, sí percibo que algo interesante me voy perdiendo. En fin, que les decía que hace meses que no leo, y peor aún, hace meses que nada escribo y más triste aún, meses que nada pienso. Y no me ha importado ¡Maldita sea mí estampa! que estén matando palestinos. Ando feliz y absorbido en mi enamoramiento.
Sin embargo, este día he tenido la necesidad de escribir y de leer. Necesidad ontológica la llamo yo. Verán, pastoreaba yo unos ganados, y de pronto pasó don Audías por mi terreno buscando unas vacas que se le habían perdido. Le informé no haberlas visto, y partió diciendo -bueno, seguiré buscando, ya estará de dios-.
Nos dijimos hasta luego mientras yo quedé vigilando mis vacas a caballo, con una paja de zacate en la boca, mascando, tal cual estampa vaquero Marlboro cuando, a propósito de Audías y su encomienda a dios, irrumpió en mi mente la vieja idea que de niño tuve. De que el dios, tal y como me lo habían inculcado, como me lo habían caracterizado y descrito en el catolicismo se me hacía un tipo que ha tenido que sentirse tan solo, que, se vio en la necesidad de crear la otredad, y no por otra cuestión, sino precisamente por no sentirse solo. Esto lo pensaba tal, creo (si cabe decirlo, aun así) por mi natural ser un ser humano en tanto que ser social y gregario. Veía con dificultad pensarme a mí mismo como ese dios – a esa edad- en la eterna soledad, en la eterna inmovilidad (padezco ansiedad e insomnio desde niño lo cual me parecía una eterna claustrofobia si es que iba a ser un dios eterno), en el eterno estar solo, ya sea en el eterno espacio si es que había uno; a lo que me venía inmediatamente la pregunta de ¿dónde estaba dios antes de crear el espacio? Puesto que, si creó todo, el espacio este donde está ese todo, al ser una parte de ese todo, tuvo que ser creado por quien creó todo, y, debió necesariamente, ese espacio, no existir antes que este creador. Así, si dios tenía que estar, debía estarlo en algún lado siempre, y ese siempre implicaba un tiempo y un espacio, por lo tanto, algo más grande que ese dios, y anterior a él ¿el espacio y el tiempo?
Pero ¿y si dios inició junto con el espacio y el tiempo al momento de su aparición? Si somos incluso, rayando en lo que ahora sería una idea de ficción: lo que sucede en la cabeza de dios; pero… ¿Será un dios? En eso estaba acordándome, y que he de confesar, que no mero así es que los formulaba yo cuando era niño tales pensamientos, pero sí los intuía así, y, sobre todo, sí me preocupaba en lo hondo de mi existencia (bien que me acuerdo) pensar sobre esas cosas.
El caso es que, ya encarrerado el ratón, como decía mi papá, decidí retomar esas reflexiones montado en mi caballo lucero y aprovechando que las vacas pacían con la cabeza baja superando todas las estatuas como decía Whitman me puse a imaginar que si teniendo el dato de lo microscópico a escalas impensablemente diminutas, y por otro lado, lo macroscópico, a escalas impensablemente inmensas (en relación al ser humano claro, pues eso significa en parte el paradigma científico de la relatividad general de Einstein que habitamos actualmente) imagináramos que estamos dentro de la cabeza de un ser inteligente.
¿Qué tal si se quedó corta la frase “cada cabeza es un mundo” (puesto que tal frase debió nacer en un contexto histórico donde no se pensaba en la infinitud cósmica) y, en realidad, cada cabeza es un universo? Qué tal si nos desprendemos un rato de la tradición religiosa y dejamos de pensar en un creador en el sentido divino y teológico. ¿Qué tal que existe un creador, que no es ni divino, ni eterno, ni imperecedero ni omnisapiente? ¿Qué tal si no es un creador, sino un experimentador? ¿Seremos algún tipo de cosecha (humana, puesto que no sabríamos que nombre tenemos en su lenguaje)? ¿Qué tal que somos un experimento y articular el lenguaje en pensamientos es (científico, a falta de un nombre que no sabemos)? ¿Qué tal si la predisposición de saber, crear, imaginar, experimentar e incluso hablar (que es para mí, como hermeneuta y filósofo del lenguaje, uno de los grandes misterios humanos, aparte porque no me he actualizado en noticias de neurociencia y cosas de esas porque no les estaba diciendo que tiene rato que no leo pues) dado que existe o existen creadores inteligentes, y que son herramientas diseñadas (he ahí el detalle), que nos han predispuesto para poder evolucionar y poder así, entender los códigos que biológicamente somos en todo lo que nos constituye como parte del experimento? ¿Seremos, en tanto seres consumidores, y parecidos a un virus un arma biológica que están cosechando y perfeccionando? No será así, entonces, que las ideas teológico-mitológicas de un cielo y un infierno, o las nociones de tener que ir a otro lado después de la muerte, incluso la pregunta ya hecha ¿de dónde venimos y hacia dónde vamos? (que en nuestra época sólo tendría sentido en un horizonte científico) es una pregunta que se debe re-abordar para pensarnos actualmente desde la ontología que somos; para que no sea totalmente metafísica, y con resabio teológico, pues hoy en día, creo, es insostenible, con todo lo que nos ha desvelado la ciencia, la idea de un dios tal como el judeo-cristiano. Es más, en un acto lúdico e imaginativo, la posibilidad de un, o unos seres trascendentes como creadores e inteligentes superiormente o igual a nosotros, sin carácter de divinidad no sería tan descabellado.
Sin embargo, dice Hegel que toda religión humana responde a la necesidad de pensar el absoluto, y que toda conciencia religiosa -desde la lectura dialéctica que hace él de la historia- culmina en la religión cristiana. Es ese el sentido que le da Hegel a tal cuestión de la religión: que la religión más acabada es el cristianismo. Pero… eso en la lectura de Hegel y su siglo, sin embargo, para nosotros actualmente ¿quiere decir eso que no hay ya movimiento ni cambio en la religiosidad en este siglo, como en una especie de espíritu acabo y ya cerrado ¿Qué significa esto ante el hecho de que las personas en occidente en el siglo XXI son más ignorantes respecto a la religión, mas indiferentes y menos religiosas en el sentido estricto del término que las del siglo pasado o antepasado? ¿Y qué significa por otro lado que hayan surgido extremistas que siguen matando en nombre de dios? ¿Hemos ganado, para comprender su por qué, el horizonte histórico que permite pensar que la creencia en dios es básica? ¿Hay otras posibilidades de dios más allá de la cristiandad? ¿O pertenece a una cultura superada? Y respecto a la filosofía ¿qué sentido tiene que en el siglo XX se defina la filosofía de la religión como tal, pero, paradójicamente, sea en el mismo siglo cuando más filosofía desligada de problemas religiosos se hizo? Hoy, en el siglo XXI, ante los hechos conocidos de la ciencia ¿qué preguntas filosóficas son pertinentes respecto de un dios, un creador y lo que como universo es?
Podríamos decir que, planteando las cosas tales como las planteo aquí, las estoy pensando hegelianamente. Es decir, en la idea de una inteligencia superior, sea esta divina o no, sea esta creadora o no, sea esta antes o no del tiempo y del espacio, o simultánea con ello sigue escondido el resabio del absoluto. Que no necesariamente corresponde a la cristiandad. A la par de las evidencias científicas, que han descifrado ciertas claves respecto de lo que es y cómo es, el hecho de que se acepte que existe un orden racional, con ciertas constantes de la naturaleza que poseen valores numéricos invariables que codifican secretos del universo, no es más que un resabio del absoluto hegeliano.
Cosa que me lleva a pensar al respecto del absoluto hegeliano y el Universo. La ontología hegeliana es: idea, naturaleza, espíritu. Y si tuviera yo que responder respecto de por qué hay algo y no más bien nada, a esta ontología me aboco. Tal vez, digo, es solo una suposición que se me ocurre montado aquí a caballo sin la rigurosidad debida, que el universo, en sí, sea una conciencia que se manifiesta también a través de la nuestra. Tal vez, si como dijo Sagan, somos la forma como el universo se conoce a sí mismo, la creación, lo que hay en vez de nada, sea sólo un viaje de autoconocimiento que se traslada en el tiempo y en el espacio.
Bueno, en fin, que les decía que tenía rato que no leía, que no escribía, y que peor aún no pensaba. La tarde la pasé hablando con gente sobre cañales, ganados, tierras, temporales y de una manera tan trivial y predecible al igual que insignificante si no es que me puede servir la plática para una cuestión del campo. Así, poco a poco he ido, me doy hoy cuenta, como en un proceso de integración mimética, hablando y descendiendo más y más en esas pláticas que, a una parte de mi ser no le dejan nada. No estoy afirmando que per se hablar con tal gente y de tales cosas sea lo inconveniente. No. Yo pasé, por ejemplo, hace años (cuando realizaba mi maestría en filosofía en la Universidad Veracruzana con una tesis sobre hermenéutica gadameriana) una hora escuchando a un investigador de filosofía (de cuyo nombre ahora no puedo acordarme) hablar sobre un tal Rosmini; éste último, creo, un sacerdote italiano que había hecho no sé qué, y que no tenía nada que ver con mi tesis, y sí con el trabajo del investigador; y lo juro, de tal plática solo recuerdo el nombre del sacerdote citado, y el modo soberbio del investigador y maestro con ese aire de superioridad que te da la superficialidad cuando te crees europeo (y de segunda clase mi buen) . Cuando lo interrumpí en su disertación sobre el italiano, para decirle que yo estaba ahí porque Gadamer y la hermenéutica, se llevó la mano a la cabeza y se golpeaba con las yemas de los dedos la frente (evidentemente molesto porque alguien con sombrero texana como la que usaba mi gallo el Valentín Elizalde pudiera estar frente a él) y preguntó ¿has leído a Gadamer en alemán? Cosa a la que, por supuesto contesté que no, que solo Verdad y Método en mi poderosísima Ediciones Salamanca. Preguntó que de dónde venía yo, y a qué me dedicaba, y en algo volví a notar su inconformidad de que alguien, que viene (literalmente) de arrear borregos en el contexto de la ruralidad mexicana pudiera pensar filosofía. El caso fue que vio mi trabajo y me dijo, con un tono de desaprobación y, otra vez, con un aire de superioridad que quería dejar bien marcada, que eso era más bien un pastiche, a lo que yo sin saber qué significaba la palabra, pregunté ¿un qué? -un pastiche– repitió, haciendo ese gesto con las manos al aire que hacen los entendidos doctos cuando creen que hablan de lo obvio. Y completó diciendo al ver mi anonade respecto de lo del pastiche: -un revoltijo de cosas, y que no son tuyas, son de Gadamer-.
– ¡Ah!, como un chileatole- respondí yo, intentando hacer una traducción equivalente y fiel al español, ya que, de italiano, solo medio sabía pronunciar Roberto Baggio, la escuadra azurra y Ragazzi.
– ¿un qué? – me preguntó él, como digno de no saber qué es eso. Y ya, le expliqué, que chileatole se parecía al pastiche qué el me había dicho, nomás que este sabía más sabroso.
-No sé qué es un chileatole- me dijo. Y otra vez, como dejando en claro que él sí era superior por no saber qué es un chileatole, y yo inferior por no saber que es un pastiche. Bueno, el caso es que yo sólo había ido, por primera vez, a que me hiciera observaciones sobre mi tesis en hermenéutica, y resulta que su plática fue improductiva, y tan aburrida para mí, al ser sólo sobre el italiano sacerdote que vaya a saber qué hizo o qué pensaba porque no recuerdo nada, solo que se llamaba Rosmini. Y me di cuenta que a veces charlar con doctos (juran) no significa que la plática sea interesante y colme el pensamiento. Y también, me di cuenta que no tiene nada que ver que te paguen por pensar e investigar con que verdaderamente pienses. Y que necesitamos mejores investigadores en nuestros institutos de filosofía, y menos clasistas, y menos vanidosos y ese tipo de superficialidades. Claro, sin generalizar.
Bueno ¿en qué estaba? Ah, sí, que entonces yo me di cuenta que había estado cayendo como en una espiral de no ejercitar la lectura, la escritura y el pensar. Y que a veces, en estos últimos días, me sentía como si nunca hubiera leído un poema, como incompleto. Como si hubiera perdido la memoria y estuviera al principio. Sospechando que con las palabras se puede decir más. Como si el lenguaje fuera, en lo que dice y sus posibilidades, algo profundo y más allá de “son las 3 de la tarde”, “qué fuerte calor”, “hay que inyectar el toro” y demás.
Llegó la noche, y escribí en un cuaderno viejo ¿Qué es la libertad? ¿qué es el ser? ¿qué es y qué no es arte? Y caí en la cuenta, de que era incapaz de formular un pensamiento u opinión propia sobre esos temas en ese momento. No supe qué pensar. No por indiferencia, sino porque sentí como un muro de imposibilidad de hacerlo, ya les digo, como alguien que olvidó de pronto caminar, y no puede levantarse; por eso intenté ahorita escribir, pero no tengo mucho lenguaje. La escritura, la lectura son ejercicios que se atrofian en nosotros si no los ejercitamos y practicamos. Siento que no leer, siento que no instruirse, te aniquila el espíritu. Te duerme, te conforma con lo que hay, y lo que hay es injusticia, ignorancia, represión, asesinatos, burlas de los poderosos, crisis de todo. Que necesitamos pensar. No por lujo académico, no porque haya sido (y de hecho lo es) un privilegio de nosotros los hijos de obreros que fuimos a la universidad. Sino que necesitamos pensar porque es campo de la libertad. Libertad donde se funda todo. Donde se subvierte todo, donde no estamos dormidos, donde se siembra la esperanza y germina una posibilidad.
Bueno, los dejo, hace rato que no escribíamos en la Cronopios, porque ustedes saben, pasa que la vida.
Ya andaremos por acá, intentando de nuevo, encontrarnos, encontrarlas, encontrarlos.
Saludos.