MIJAÍL

MIJAÍL 1

Cuento de Evangelina López

Mijaíl pasó de saber poco a saber demasiado, tanto, que debía compartirlo con los demás para no desbordar todo él de conocimientos. «Los demás» éramos sus víctimas, porque apenas iniciábamos una conversación con Mijaíl, nos volvíamos locos de amargura. Eran demasiados conocimientos los que nos inculcaba: nos hacía preguntas para poner en evidencia nuestra ignorancia y de esa manera poder demostrar su erudición en la materia. Abarcaba múltiples temas sobre los que parecía saber un poco y a veces, todo.

Siempre sacaba de la galera ejemplos históricos que nadie se acordaba ni ponía en duda, porque hacerle eso era como humillarlo y ninguno quería quedar mal con él. Mejor tenerle paciencia y esperar, esperar a que termine su discurso. Pero éramos demasiado incautos con Mijaíl, siempre caíamos en sus trampas, pregunta que nos hacía y que respondíamos mal: «No importa», nos decía, «estoy yo para sacarte de la ignorancia en la que vives» y su discurso comenzaba para nunca más terminar.

Pero llegó un día en que dijo algo erróneo, un dato falso, inventado en el mismo momento en que lo pronunció; porque hubo un tema acerca del que no sabía nada y su orgullo le impedía asumir cualquier tipo de desconocimiento sobre una materia.

«No sabía» pero jamás lo asumiría, mejor era mentir, después de todo no se darían cuenta, no correría ningún riesgo, no le haría mal a nadie. Y mintió. Y pasó un rato en silencio, un silencio que delataba su mentira: denso, incómodo, helado. Creyó salir aireado de la situación embarazosa en la que lo pusieron y se despidió todo sonrisas y pecho alto.

Pero hubo alguien que sí se dio cuenta de su mentira. Unos oídos que en verdad sabían, advirtieron de su engaño. Y se lo dijo en voz alta a todos los presentes: «Mijaíl miente»; pero no quisieron creerle, no podía ser verdad, «Imposible» le contestaron «él sabe mucho, no tiene por qué mentirnos». La voz que acusó los miró con asombro, preferían seguir creyéndole a Mijaíl . La voz se fue y nunca más supieron de ella. Entonces días después Mijail volvió y nos convidó nuevamente con su sabiduría pero esta vez sintiéndose invencible. Su fama de sabio estaba hecha y nadie le iba a quitar ese título ganado con el sudor de sus labios carnosos.

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