Por Eduardo Corsario
Ha llegado diciembre de 2021 y la investigación científica, en términos internacionales y globales, trabaja contra reloj para resolver las dudas generadas por la aparición de ómicron, la nueva variante del coronavirus. África, Europa, Oriente Medio y Asia Oriental han sido las regiones donde se ha detectado en un primer momento esta mutación. La alarma se ha dado. Impera en el ambiente mediático (sobre todo en redes sociales) un clima sutilmente apocalíptico. Hipótesis salen a borbotones. El dulce y a la vez pernicioso amarillismo y sensacionalismo emprenden su ruta de navegación nuevamente: es hora de tener miedo ante algo que pareciera una ineludible destrucción.
¿A qué nos enfrentamos realmente? A ciencia cierta, aún no lo sabemos, pero vale la pena enfatizar que es muy pronto para emitir conclusiones como si fuesen una verdad de perogrullo, de todas formas la politización que nunca falta está lista para su ardua labor del día a día, aquella que desde inicios de 2020 vio en la ciencia una gran oportunidad. La ciencia es noticia siempre y cuando sirva para golpear.
Como en cada ocasión que nos vemos de frente contra las transformaciones de este virus, las preguntas por tener precisión en el tema y saber un poco más surgen, tienen su lugar, así como la incertidumbre al respecto de las implicaciones que podrían derivarse de esta situación sanitaria. ¿Qué nos espera con esta nueva variante? Sin duda, es una de las cuestiones fundamentales. Vale la pena trabajar en esa dirección.
En la Asamblea de la Organización Mundial de la Salud (OMS), su director general Tedros Adhanom Ghebreyesus sostuvo que hasta el momento no tenemos certeza acerca de las complicaciones por ómicron. Es decir, si ocurrirá−como parafrasea Agencia Sinc España− una mayor facilidad de contagio, casos más graves o resistencia a la vacunación: “Los estudios preliminares hacen pensar que Ómicron podría tener mayor transmisibilidad y algún tipo de elusión de las inmunizaciones existentes; sin embargo, la Organización Mundial de la Salud ha insistido en que aún falta tiempo de observación para determinar su posible impacto en la gravedad de los casos y la efectividad de las pruebas, las terapias y las vacunas.
Hasta este instante−según el informe de la OMS− ya son 23 países que han reportado casos de ómicron y, claro está, se espera que esta lista aumente con el tiempo, dado que es normal, por su naturaleza, que los virus muten. “Esto es lo que seguirá haciendo el virus si permitimos que siga propagándose”.
Como en cada aparición de una variante, el amarillismo, el alarmismo y la politización comienzan a hacer su trabajo. Ya lo hemos dicho en esta presentación. Es momento oportuno que de una vez se mire la importancia del periodismo especializado. Las coberturas relacionadas con aspectos pertinentes a Covid-19 no son cualquier cosa. Los medios estatales y nacionales deben comenzar a fortalecer y robustecer sus contenidos de ciencia y tecnología, sobre todo cuando estos implican a la salud tanto física como mental. El no tener algo así en espacios deriva en un clima de desinformación, imprecisión, infodemia. La responsabilidad social de los medios de comunicación tiene que ver también con la disposición de trabajar en coordinación con la comunidad científica, con comunicadores con herramientas y una formación especializada en la materia a tratar. Es hora de que este tipo de coberturas marquen la dirección del rumbo que tomará el análisis y la visión de un mundo mayormente dispuesto a un diálogo fructífero.
Ni hay investigaciones acabadas en materia de la nueva variante (aún continúa el proceso de búsqueda de resultados y seguirá) ni será el fin y exterminio de la humanidad. Empecemos a preguntar por las evidencias y las fuentes confiables que se supone deben sostener una publicación con estos fines.