TAPACHOLE

TAPACHOLE 1

Has de saber. No contento con ello, viéndolo probar sangre empolvada, desfalleciendo, lo viró a punta de bota para rematarle con la culata del rifle unas cuántas veces sobre la cara. Lo mató. Qué tanto disimuló su odio el Cantero todos estos años. Parecer un amigo y, a lo último, ahí nomás como el peor, mostrar lo que era: un cobarde y asesino. Sí, pues, que sí, el que sirve pa algo, tiene que jalar con eso, o si no, no sirve pa nada. Y el Cantero, ya sabemos, pues, para qué es que sirven sus mañas.

¡Condenada vida!  La cosa es que por asuntos del poder en la política nuestro procurador no quería volver a verlo a Baldo. Sí, el ingenio debe tener asegurada toda parcela para sembrar su caña y uno, que es solo, que es hombre o mujer nomás, contra eso no puede. Es un negocio grande entre el procurador y los del gobierno. Que ya armaron todo desde sus escritorios y sus papeleos. Mira que desde que el ingenio entró con sus maquinotas, carrotes y agrónomos e ingenieros en camionetas con el mentado progreso, el arroyo se está secando más y más. Año tras año se seca el pobre, porque de ahí, aunque sea la seca, acarrea el ingenio el agua con sus bombas para regar los cañales. No demora en que se lo acaban ¿Ellos qué? Ya se va viendo, se irán en cuanto no den para más nuestras parcelas y nuestras aguas, habiéndose chupado todo.  

Y es duro ver enfermarse y envejecer tu tierra. Sí. Ahora lo sé. Que la tierra muere. Que se nos envenena. Por eso te digo, tú, Ramiro Azamar, desde que entró ese ingenio a repartir su progreso, temporal tras temporal nos va quedando la tierra más como gastada. Hasta pareciera, pues, si vieras, al meterle el azadón, hace igualito que si revolvieras nomás especia de canela

 ¡Nuestra tierra, la pobre, cada vez más débil!

Y uno ni saca nada con la cosecha de caña, porque, ya cuando nos pagan, también ya todo lo debemos. Que los líquidos, que los cortadores (ni te cuento de cómo trayen también esos pobres y que a ellos también nos los cobran), y otros sin fin de cosas, que esto y que lotro.  Pero yo digo algo, tú, Ramiro, el pleito de fondo, el que traía Baldo con ellos ¡Cómo no lo vide! Ahora que lo han matado, es que me caigo en de cuentas, que en verdad era del ingenio contra todos nosotros.

Baldo, él. No dejarse fue lo que lo mató. Siempre se ha oído mentar que a veces a un hombre lo maten por cómo piensa, y por hacer lo que él considera justo para su causa.  ¿Y quién lo mata? En estos casos, pues ni éste ni el otro que venga. Lo mata el mundo, Ramiro.  Sí, ese de allá, donde se cree que los que, como nosotros, nomás servimos pues…pa eso, pa servirles. Que pretenden debemos agradecerles que nos enseñen a bien vivir, según sea a su modo.

El mundo ese mató a Baldo, que no quería vender ni arrendar su tierra. Que no quería ver morirse la tierra. Que le alcanzaba y se conformaba en nomás poder vivir en y de ella.

Y tal mero se lo dijo el procurador al Cantero – Yo no quiero volver a verlo-   A ti no te importa si hubo o no hubo, y si habrá o no habrá. La cosa es que no lo quiero ver, y ahora, como mando yo, tú me vas diciendo cómo pierdo- 

Y mira que el finado era recio. Y se hacía respetar. Si bien era hosco y callado, a cuando decía algo, se sabía, era, porque se tenía que decir. Sí, era de esos hombres que valen. Hubo de morir tanteado y a traición, confiado; así, a manos de quien creía que era su amigo.

No, aquí por estas lejanías, nada hace gracia a favor de la verdad cuando la sostienes y eres campesino. Figúrate, pues, del otro lado está el gobierno. Todo gobierno que ha venido (y que ni les pedimos que vengan) nunca nada han hecho para una buena consecuencia en nosotros. Y te digo otra cosa, esos del gobierno, no hay ninguno, todos, hasta el más pendejo, anda aquí atrás de algo. ¿Qué es pues? Si, pos el dinero. Todos, he, no hay ninguno, hasta el más pendejo.

Por eso entiendo ahora que hay veces una sola persona puede estorbar a toda una ley. Y con lo que le pasó a Baldo, uno se da en cuentas: en este mundo, también, hay veces que una ley no está para la justicia. Por eso se ha muerto Baldo. Y con su muerte, no hay ya, ahora, una sola parcela en este ejido que no esté vendida. Todo ha pasado ya a ser propiedad de la empresa. La buena noticia, es que dicen, vienen a darnos empleos y buenas prestaciones – “Nos piensan hacer pasar por prestado y como favor y humanidad lo que, nada más por ser personas ya nos corresponde. No es favor ni nada. Son una bola de rateros”- Así se lo dijo en la asamblea Baldo al procurador.

¡Ah! Baldo, pa qué fuiste a decir lo que se debe decir. Ora nos damos cuenta de que sin ti un poco más nos quedamos solos.

¡No! ¡no! tú, Ramiro, no es que él hubiera sido terco. Pasa que no era cobarde. Entendía en su razón que la tierra tiene más valor que sólo precio. Estorbaba con su pensar, porque, casi más de uno a través de él, se convencía, de que la tierra no era de venderla ¡Jamás!

Pues así es que pasó. De cómo el viejo Jerónimo Cantero afinó la puntería y la bajeza al estarse de espaldas para ensillar su potro don Baldo, y alevoso aquél, pegarle el tiro. Y es que lo platiqué apenitas, enenantito, tardeando en regresando del cañal con Primitivo – que un tiro así es cruel por calculado. Y no sólo por la doble dimensión de la traición: de espaldas y a un amigo, no-.  Cantero calculó pues, que de uno no había de matarlo. Y como desde el fondo de su maldad, desde el principio así lo quiso, supongo, hubo de tenerlo un rato medio vivo, para, entre agonizando y a la cara (y aquel dolido en todo ¡todo!)  sin creerlo, viera restregarle a golpes su odio y aquella imperceptible envidia. Y así se acaba todo, fácil para ellos, porque ya estamos cafeteando a Baldo.

– Resistimos por la vida para luchar en hacer lo que queremos contra los que dicen que no se puede. Ya le habían advertido, por las buenas, que entregara sus tierras. Pero no lo quiso. – Así repite, viendo en su caja al muerto allá adentro nuestro comisariado, ese desgraciao vendido con el ingenio del Aurelio Santiago.

Si bien está lleno este velorio de campesinos, ya ni uno lo es de verdad, pos son todos cañeros, y, contrario a lo que crean, ya no son dueños de sus tierras. 

Ya estamos septiembre. Fíjate que mañana estuviera Baldo, allá en su bajo, sembrando ya su tapachole.

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