Epígrafe: no es simple ficción un poema. Como dejado de realidad. Como duplicándola. Sucede que el poema ensancha, pluraliza, extiende con su palabra, muestra y llega de manera más profunda que el hecho mismo y llamado realidad.
A todas esas niñas muertas, y a las madres incansables buscadoras.
En la carta decía: todas esas niñas muertas. Era una carta sentida, pensó Juan de Dios, y también un poco cursi. En la carta decía: ya no lo soporto más. Decía: trato de vivir, como todo el mundo, pero ¿cómo?
Ocheterena comenzaba su columna después de comunicarse con el judicial a través de su carta:
Desesperada lo intentabas. Aún respirabas cuando sus manos trenzaban para asfixiar, para matar como a un pájaro indefenso por bello, tu aliento, tu cisne cuello.
La voz del desierto indolente llamado México decía en su bastedad al que pasaba a oír llorando los fantasmas de tantas penas:
-Soy un desierto por la soledad que soy. Extendido horizonte penumbroso de una nada profundamente oscura y vacía. Soy como el misterioso umbral a la entrada de la muerte-.
Las niñas, todas esas niñas muertas murmuran a su vez en el panteón desierto, colmando una a una un mar de lamentos:
Gigante a veces -mi noche del corazón-soy un desierto.
Según sea el Sol de mi corazón me es día o me es noche en el alma.
Soy sola pero somos muchas
en el desierto del chacal
impunemente e inmundo.
El poeta escucha, arrugando el rostro en un gesto de amargura, entre lágrimas de impotencia. Agudiza su soledad. Como un vidente, un sintiente al que le atravesaran la conciencia, responde a gritos ante el ruido que nada dice. Parado frente al desierto, atento a las dunas de voces idas y de nunca más, a las niñas responde:
Lavo mis manos con la brizna danzante del aire que me deja versos en los dedos,
versos que escribo en la deviniente arena desértica desierta de tu alma
Estoy harto. Mas bien, rebasado, impotente.
Esta noche, en todas las noches: desierto.
He aullado a la luz de la Luna como aúllan los más utópicos lobos.
Eres mi Luna, esta noche.
Mujer poema, mujer poesía, muerte de mujer.
La buscadora dice, llorando en cada paso abriendo huecos del desierto hondo y enorme y laberíntico de su impunidad patriarcal. De este México desierto, en que buscando de sus hijas, andan los mujeres los pedazos:
– ¿Dónde descansarán las golondrinas de mis ojos si no hallan esperanzas de posar en los horizontes que tus huesos habitan? –
La mujer, la niña ¡Todas esas niñas muertas! Dicen, porque ellas sí nos oyen:
Estoy sola como un desierto
¡Asesino!
Con especial ensañamiento me dejaste a solas con el abandono.
Soy un buscar que duele.
Para mi madre, soy una noche que añora,
jamás cobija mi niña que está fría la noche.
Para mi padre, soy una guitarra que llora,
jamás tranquila noche de su vida.
Ser lo que falta lo es todo.
– Tú, donde estés, como estés. Deberás estar tan bonita esta noche, como flor que ríe-
Dice entre cansancios y paladas una madre que añora.
El poeta, en la urbe de fantasmas, llorando su culpa duela:
Yo soy un desierto que no ocurre primaveras.
Sí, soy un desierto con canto de pájaro.
En mí ocurren versos, ocurre tú en mí,
tan sola como debes estar esta noche.
No te quedes sin nombre. Mujer, niña ¡Todas esas niñas!
Hermanas las llamaremos lucha, dignidad, nunca olvido.
La muerta, la hermana, la amiga, sus voces ¡Todas esas niñas!
¡Ah! Pero yo soy un desierto y en los desiertos no ocurren músicas.
Aunque el asesino se demore, no vendrás.
Dicen ellas, descansando su dolor por mis oídos, apuradas mientras dure:
¡Apúrate! Poeta, que ya viene el asesino,
otra vez, otra noche,
a sembrar otra mujer en el desierto.
Otra más, apenas y niña:
¿No habrá flores aquí? ¿no vendrán tampoco pájaros mensajeros de otros lugares, de esos lugares de primavera a cantarme en los oídos del alma esta noche, la eterna noche, todas las noches en que pude ser tan bonita con estrellas en mi sonrisa?
Me pregunto en la noche, esta noche, todas las noches en que pude ser tan bonita y viva como sirena de ciudad ¿sabrán del desierto asesino en que encerraron mis sonrisas? ¡Escúchala poeta, mundo, gente escucha lo que te mando a dignificar con el viento! Que no nos olviden y nos busquen, siempre que nos busquen.
Ahora que ya me han ido. Que me han para siempre callado. Que mi fotografía en el cartel busque más tu indignación que lo simple de tus ojos. Que me duele el tiempo porque me aleja, y, que, aunque lejos, sé que sigo dentro, ahí dentro: adentro madre, adentro padre, adentro hermano, hermana, adentro amigo y amiga. Y no en esta oscura fosa.
El desierto está instalado. Con sus fauces de indiferencia chorrea la sangre de todas esas niñas muertas. Ocheterana continuaba redactando dolida su columna. ¿Y cómo seguiremos con tanto miedo? El Estado y tanta autoridad está coludida. Sí, es cosa de hombres y de patriarcado.
Eso me dijo, en el trance de las voces – decía a lagrimas el poeta a la madre buscadora.
- ¡Ah! Y me dijo – Que yo sigo en esta fosa, pero tu infinito amor (gracias madre) tu incansable búsqueda es lo único que me conforta.
Tomó su pala y su maternidad, incansada, la madre. Levantóse a seguir la dignidad que tanta falta nos hace para recuperar a todas, todas esas niñas muertas.






