Por Francisco Bojorquez
En 1981 se publicó Crónica de una muerte anunciada, una de las novelas más conocidas del mítico escritor colombiano Gabriel García Márquez (Colombia, 1937 – 2014), una obra de ficción que tiene tintes de periodismo por la reconstrucción de los sucesos del fatal destino de Santiago Nasar.
“El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo.” Así inicia la entrañable historia contada en cinco capítulos por un cronista -nunca se menciona su nombre- que va relatando qué ocurrió antes, durante y después de aquel domingo del asesinato de Santiago Nasar, un joven de ascendencia árabe, esbelto y pálido de 22 años, un tanto alegre y sereno. Él es señalado como culpable de lastimar gravemente a Ángela Vicario, una joven que recién se casa con Bayardo San Román, un guapo y acaudalado ingeniero de trenes de 30 años, y, en consecuencia, los hermanos gemelos Pablo y Pedro Vicario deciden acabar con Nasar momentos después de la gran boda de su hermana, proclamando la noticia por las calles del pueblo en el amanecer, llevando el rumor a los oídos de los habitantes del pueblo, menos a los de Santiago.
Lo que caracteriza a esta historia es el manejo del tiempo, es una narración no lineal, pero eso no es un impedimento para contar una historia, solo otra forma más de hacerlo. Por ejemplo, el primer capítulo se centra la familia de Santiago; el segundo va sobre la cómo se teje su relación de Bayardo y Angela mucho antes del asesinato. Por otro parte, el narrador recurre a lo que presenció y otras voces, otorgando así una riqueza en la elaboración de la “crónica” con los testimonios que le van platicando habitantes del pueblo y sus conocidos.
A raíz de su sensibilidad narrativa, en 1982, la Academia Sueca reconoció al creador del mundo fantástico de Macondo con el Premio Nobel de Literatura por su prolífica carrera, dotada de realismo mágico, esa sutil mezcla entre lo real y lo fantástico, proveniente de la imaginación y experiencia como en Cien años de soledad (1967) o El otoño del patriarca (1975), a tal grado de ser comparado con William Faulkner -uno de sus escritores referentes- e incluso también Honoré de Balzac.