¡Oh! Hijo de las musas. Loco poeta de la torre del Neckar, cuánta sabiduría manda tu palabra:
“donde está el peligro, crece también lo que salva”
¿Qué clase de alas concedieron a tu espíritu las musas, esas, que impulsaron a elevarte más allá de esta vida llena en trampas a la ontología? Pues aquí, en el mundo del lenguaje sin horizontes, aquí donde los trabajos y los días; el desamor y la razón maquilan aplanadoras contra la ternura. La ternura y sus jardines, en que habitan, como flores riendo, las almas sensibles.
Sabes – ¡cómo no vas a saberlo! – Habrá que arrojarse fuera del fundamento del mundo.
¡Qué peligroso! ¿Nos alará la poesía?
¡Oh! ¿Qué otro destino pues? Sólo si devienes alado sobrevives al caer en el abismo.
Originarios ecos del ser ¿Por qué determinados algunos estamos al abismo? ¿Por qué en tales caídas oscuras fueron a guardar aquellos profundos secretos del alma los celestes? ¿Por qué coqueteamos con el peligro de tales hados? ¿Qué castigo paradójico es éste? De añorar tanto el cosmos en su libertad abierta; y, siendo, ¡Ay! a su vez, estos ojos que miran con los pies amarrados a esta tierra.
¡Oh! Quehacer del logos, filosofía de estagirita verdad ¿No nos alumbraste y condenaste al decirlo tu hijo que es maestro de los que saben? “todos los hombres, desean, por naturaleza, saber”.
Innatas ganas de saber sin saciarlas jamás.
¡Oh! Cómo no agotamos nunca este ser abierto y su sed constante de infinito.
¿Qué fecunda al sensible? ¿La luz? ¿El azul? ¿Lo abierto? ¿Por qué poesía? ¿Para qué poetas? ¿De dónde viene la necesidad de decir? ¿Decir? ¡Qué trabajo!
Cómo han muerto del mismo abismo qué tantos efímeros. ¿Has caído en un abismo? ¡Esa angustia de ser! ¡Hölderlin! Lo sabemos, no sobrevivimos a no ser pájaros. Comamos del pan de la locura:
