Noche, sereno, frío. Trastazo de incesantes gotas lentas, gordas y deslizantes por el techo laminado y bajo el cual, fumando yo y platicando él, soportábamos algo de muy triste en esa oscuridad. Podía ser que la soledad. La sola oscuridad.
Felipín- Ya van días que estás por acá. Ni te he visto agarrar nada de libros ora sí.
– Ni tiempo ha dado.
Felipín- Ya leí el libro que me diste a leer el año pasado. Apenas lo terminé en leer completo porque me aburría con el tal Vladimir y ese Estragón. Y como nunca llegó el tal Godot, uno a veces, también, aunque te sepas el final, se cansa de esperar. Porque sí, yo me fui al final para ver si llegaba, pero pues pasa que no.
– Cada quién tiene su modo de leer, supongo. Unos lineal, otros a salto de página. Andar los libros, en ello no existe lo normal.
Felipín- Qué historia tan rara, como sin caso, pero…¡Oye! ¿No te pasa a ti a veces que sientes igual? Como si todos los días te levantaras, pero no supieras ni a qué, y ni a qué esperar, pero te esperas. Y lo vives el día, y los demás, y siempre un poquito más, hasta que pasa toda la vida así.
-Sí, a todos nos pasa, supongo, que nos preguntamos si nuestra vida o el vivir en sí tenga sentido.
Felipín- ¡Cállate la boca! porque incluso, pienso, pueque, ya esperar que vivir tenga sentido viene de esa picazón de esperar, ni sabes si tenga sentido o no pero vives esperando que sí. Porque a ver ¿Cómo se sabe cuando uno hace algo que tiene sentido para vivir? ¡A ver! ¿Quién decide eso? ¿Dónde dice? ¡Y a ver!, tú que estudias tantos libros, no dice en ninguno ¿Qué es la vida? Y ¿Por qué se ha de vivir? Es más, ¡a ver! ¿Para que sembramos ese pasto todo este temporal? Ayer la vaca hosca se atravesó por el chiquero de los borregos y se lo comió. A ver ¿A dónde quedó el sentido de tu trabajo?
– Tienes razón, pero… como los del libro ese, hacemos de la vida algo parecido a esperar a Godot. Quizás nos pertenezca de la vida eso, y sea lo nuestro, y seamos nosotros eso: el modo de esperar.
Felipín- A mí me suena a que no. Yo no voy a estar haciendo eso. A mí mejor préstame otro libro que hable de algo mejor y así dejamos que si quiere venga o no el tal Godot.
-Escucho, callo -El absurdo – me digo- Sonrío. La noche deja de ser triste y pasa a no tener sentido el desvelo. A las meras 3 de la mañana la yegua se murió. El cólico por el que velábamos en cuidarla la mató. El Felipín refunfuñando entre la oscuridad y el sereno pasa maldiciendo que a lo bruto se desveló y remata fúrico – esperábamos que viviera, y se murió. Pinche vida, pinche esperanza que se parece cada vez más al Godot- . Hace meses que en verdad tal y como dijo él en medio de ese sereno y ese frío y esa noche, que yo no agarro un libro. El trabajo ha sido mucho para solo dos. Pero, otras veces en medio de un trabajo urgente y que no da cabida a esperar, aún así siento las ganas de leer, de pensar y de escribir. Luego me digo – leer me lo enseñaron como un lujo, y no lo es.- Yo lo sé de cierto cuando bucólico, romántico cabalgo por ratos y siento en mi rostro, a través del viento, también el de la libertad. Luego me topo una cerca, una ladera, un arroyo, o lo que sea, pero siempre hay en el espacio un tope a la libertad. Todo espacio ha de tener límites, menos el tiempo, que siempre ha de llegar, y si tiene su límite quizás sea el de tener él mismo un destino: llegar a ser, venir. El futuro es inevitable. En fin, que hay las maneras de ser libres, pero lo serás más si esto pasa por el tiempo y no tanto por el espacio. Se debería no tanto decir «soy» como «estoy» libre.
Claro que eso lo digo desde el campo, y no desde una cárcel. Vaya a saber qué tantas cárceles hay en la vida. En el campo se la bebe y vive en bruto a la vida, sin embargo, acaso, sin nada de leer, por varios días, sin eso del pensar, sin eso del escribir, pasa que algo falta, un moche de tu ser. Leer, escribir y pensar, no son lujos ya para mí (digan lo que digan los puristas o faunas parecidas o, ni se diga, el intelectualismo de habladurías) leer, escribir y pensar, como un derecho humano, como un bien de la vida, son en ella de primera necesidad.
¡Ah! Y la necesidad, también, puede ser otro modo de experimentar la libertad. Porque al fin y al cabo, te quedes o no, estás condenado, mientras vivas, a esperar. O para decirlo más bellamente (que nos rescate del absurdo la poesía) estamos hechos para la esperanza.