Cómo, ese testimonio de lo escrito valida y legitima,
incluso, da existencia a lo que fue.
No hablo del archivo, sino de la fundadora, la poesía.
Atravesé mucha angustia, y recordar no basta.
Evocar da ser, aquí, donde voy siendo y pienso en verso.
El pasado es lo más virtual. Lo más posible por venir. El pasado no es de otro modo que venir siempre como narración. El conocimiento -Platón lo sabía- no es más que recuerdo. El pasado no ha pasado. Va actualizándose con distintos rostros y cuerpos desde el presente, y este, a su vez, toma forma e identidad por lo que aquél es. La temporalidad (por decirlo con Heidegger) del existir humano concatena en simultaneidad pasado, presente y futuro. Su ser va acontenciendo en esa simultaneidad de pluralidad.
El pasado, si lo tengo de opción múltiple, y abierto a la posibilidad ¿a dónde manda las preguntas por la verdadera identidad? ¿cómo se delimita lo que de mí puedo saber? y esto transporta a otra dimensión la pregunta de ¿quién soy? Puesto que, a su vez, abre a otras nuevas preguntas: ¿lo que soy puedo serlo sin recuerdo? ¿cómo sé que lo que recuerdo es lo que sucedió? ¿yo soy mi conciencia? ¿yo soy lo que sucedió? ¿quién quiero ser? ¿puedo serlo sin recuerdo? ¿soy en el modo del yo conciencia si acepto la simultaneidad de la pluralidad? ¿seguimos siendo sólo conciencia? ¿qué es la conciencia? ¿qué es el existir humano?
Simbólica es la remembranza en el pozo del existir. Sé que algo químico no está del todo bien en mi cabeza. Y me llenan de pastillas y agendas para mantener esto a raya. Pienso en lo heroicos y grandes antiguos, aquellos de antes, que, padeciendo estos modos de la mente, habían de irse viviendo sin el colchón farmacológico que ahora yo tengo (forzado, debo decir). Creo que ellos inventaron con sus testimonios a los celestes y a los oscuros, todos. Sé que no existe dios. Lo sé de cierto: saber ontológico y no epistemológico. Pero qué consuelo fuera si existiera. Dios es hijo de una locura. Nadie en su sano juicio habría inventado un dios, ni un demonio. Lo divino y lo malévolo son hijos de las locuras. Para ser creyente, entonces, se necesita, sin saberlo, cierta esquizofrenia. De tal patología, siento, yo, a veces, vienen mis ganas de los versos y salir volando siendo un pájaro. Algo se dice a través de mí, y como el pararrayos, debo estar atento y transcribirlo. La divinidad (si cabe decirlo aquí, por no decirle locura, por no decirle no sé qué. Ve, doctora, aún son necesarios algunos viejos lenguajes a falta de inventar nuestros propios horizontes) se manifiesta en el quehacer poiético del médium humano.
Groseramente puedo decir: “son las voces”. Pero prefiero pensar que lo que me pasa es también muy humano, y asumir esa genuina sensibilidad, que me hace pdecir algunas cosas que (sabe quién y de dónde vienen) pero hay que decirlas. Yo sólo debo escribir y pasar el mensaje. Yo no soy nada. Yo valgo en el trance.
Es cosa de cuidado, porque se sienten cosas insoportables, que buscan cuerpo en las palabras. Hay noches, sobre todo antes del meridiano, que, si me descuido, como la bruma, dentro mío se expande la vulnerabilidad, y debo tener mucho cuidado. Es muy peligroso estar a solas en una cabeza así, en un momento así.
Hoy con los años que han pasado, saboreo, ya añejada mi tristeza. No me mata nada, como antes a cada rato. Ni me paraliza en medio de la calle soltándome desgraciado a llorar. Llega igual aquél fantasma, pero menos intenso, aunque repito, igual. Sí, bien lo sé, aquello que mató de mí en su primera intensidad jamás lo recuperé: gestos, modos del reír, alegría, luminosidad del querer, esperanzas, ideas, ideales, creencias, confianzas; esas cosas indispensables de la existencia y que jamás volverán. Ya marché muerto también con ellas. No se vuelve nunca a donde se fue feliz, porque muere algo de nosotros con ello. Hoy, la movilidad de la libertad colma mi alma con sus horizontes. Un lienzo abierto como cielo es mi existencia, y la vuelo, ya no ando a pie.
Que sean felices los de a pata, yo traigo alas en las palabras. Y ahí voy, ya, volando la hermosa libertad.
Se han extendido los horizontes de mi existencia. Ésta, se ha integrado y fusionado a mayores generalidades; y se sabe – y se ha sabido ya-: frente, fuera, contra, o a favor de los discursos que habita y, de alguna forma (ontológica diría yo) la constituyen. No soy mismidad, porque me mueven constantes las preguntas. Y asumir las preguntas que se abren como rasgando el cielo de la existencia, es asumir su movimiento. Hay que asumir este carácter móvil y no estático de nuestra existencia que conlleva ya su pluralidad en ese moverse.
Ahora – con más preguntas- no es que nada sepa como un Sócrates, no, pues yo, sí, algo he aprendido, y tengo ya algunas experiencias. La experiencia es la ontología humana. Concuerdo, de allí viene el conocimiento. Pero…si me preguntan hoy por algo tan importante como eso que llaman “La felicidad”. Diré, sí, lo fui. Aunque he preferido jamás volver a serlo. Siendo feliz poco lo era de libertad.
La libertad es hoy el horizonte en las objetividades de mis reminiscencias. Prefiero moverme a la libertad, y la libertad, ese movimiento inherente al pensar originario, y, por lo tanto, inherente a lo ontológico del ser que es abierto (y eso ya es, sí, angustioso, pero, nuestro radical ser posibilidad) me hace habitar fuera de dualismos y maniqueísmos estáticos y sin expansión: alma-mente, sujeto-objeto, feliz-infeliz, bueno-malo, arriba y abajo. Camino un mundo que se proyecta horizontal.