Tía Celsa pidió “Te vas ángel mío” cuando el momento exacto de bajar el féretro de Monse a la obertura en la tierra que sería su tumba. Me causó conmoción que, en medio del rito, del duelo, del llanto, del momento siempre duro y amargo de enterrar (otra vez) a uno de los nuestros; en que abrazaditos como pajaritos todos mojados del alma por el llanto, Tía pidiera una canción: “¡Ayúdenme a cantarle a mi niña!” decía en un grito ¡Ay! no sé cómo.
Obedecemos:
“te vas ángel mío
Ya vas a partir
Dejando mi alma herida
Y un corazón a sufrir”
Bajamos la caja. Nada hay más seco, duro, solemne, serio, anonadante que el beso de un ataúd con la tierra. Y a quien queremos se nos cae en ese hueco de la muerte ¡Momentos serios de la humanidad!
Y no queremos dejarla ahí “¡Saquen a mi hermanita de ahí!” Se oye de repente.
Qué indigno sepultar lo que se ama. Mas vale que exista el cielo, y no creer que nomás dejamos a Monse ahí.
¿Y cuando nos vayamos todos a vivir, dejándola ahí?
¿Qué dirá ella de su soledad?
Niña perdida en la noche de la muerte. No llores desde esa oscuridad. Perdona, que nada sirva el amarte contra esa soledad.