“pero la juventud tiene que crear.
Una juventud que no crea
es una anomalía, realmente.”
Che Guevara.
Hace tanto tiempo que no pensaba en Che. Pero hoy siento, la verdad, que podría sostenerle por más tiempo la mirada. Y Ernesto me abrazaría, lo sé, pues sus ojos reconocerían en mí la siempre heredada de lanza en astillero quijotesca convicción.
Todos tenemos nuestros personales hombros de gigantes (personales, reitero) que nos han de sostener en nuestras noches de derrotas incitando a levantarnos. Y yo tengo al Comandante, su fábula.
Y Che, tu fábula afable, esa, en la que pegas tu convicción a tu tenacidad y tu congruencia a la acción, me parecen de una estatura espiritual fundamental.
Y Che, hay así una ternura que despierta tu fábula en mi alma como una flor. Porque has de saber que los solitarios que vivimos entre tanta gente estamos habitando la dimensión de aquello delicado y fundamental (o esencial que llaman los filósofos) del mundo, de tal delicadeza, que lo bello encuentra en ello su puerta para ser. Como las palabras adecuadas que deben ir hilvanadas en una poesía, o los colores plegados en una pintura, o las partituras y notas que hacen nacer la emoción al escuchar una canción; o los aleteos hermosos que da un pájaro entre las grandes blancas e ingrávidas nubes, o la calma de un lago en una tarde amarilla de verano y las sonrisas de juegos de un niño, o esa añoranza quebradiza y dulce de extrañar a quien muere ¡qué se yo! Ernesto, no sé si me explico, pero hay quienes, como tú, Comandante, asumiendo la fatiga física en esos montes, en que defendiste firme la delicadeza de un mundo mejor, también, defendemos algo hermoso, como tú, Teté, tu revolución.
Nada más urgente que aprender y preparar para los mundos el hecho de relacionarse con las manifestaciones de la delicadeza. Aquello que requiere temple de ánimo adecuado y sutil para hacer y para ser; para algo trasladarlo, cortarlo y prepararlo; sí, como aquél sensiblero (de la vida, se entiende) que lleva a ofrecer su corazón a los pies de una muchacha, en un azul verso, para provocar por lo menos su sonrisa, sabiendo que está sembrando amor. Tan así, delicado y tierno acto de amor como lo es, Comandante, tu revolución.
Che, sé que ya antes te han dado pluma por pistola, y te han dicho que el poeta eres tú. Qué tú sabes de esos silencios que edifican la acción humana hacia la dignidad. Y que en esos caminos de humo, envueltos en la fumadera, uno no tiene más suelo firme que una hoja de papel para dar pasos a letras y a palabras y crear delicadamente esos caminos, como tú, por un mundo mejor.
Y nada, Ernesto, Quijote, que hace tiempo que no pensaba en vos, pero gracias por levantar anoche mi ánimo, de pisada flor.