Por Galaxia Guerrero
Un espectro recorre los pasillos del lenguaje. Perseguirlo es inútil. El juego es la mejor opción. Por ejemplo: la gallina ciega.
La gallina corre con los ojos vendados apresurando sus pasitos mortales, con la esperanza de tomar al espectro entre sus patas y encontrarle un rostro propio, una forma, un sentido.La gallina sabe que la esperanza es la nana de juegos de su ser gallina.Pero la gallina sabe que es un juego sustentado en la nada lo que sostiene cada uno de sus pasitos. Y es ahí donde radica la gracia y permanencia de la gallina que juega inteligentemente con el espectro.
La gallina sabe que lo que hay en el fondo del significado de las palabras, es el vacío y la carencia de sentido de las cosas.
La gallina poeta que juega y conoce el telón absurdo del juego, juega con las palabras como si fueran canicas, quiero decir, que ella se toma muy en serio el juego de las canicas, porque sabe que a las canicas no hay que tomarlas en serio. A las canicas hay que amarlas y dignificarlas. Jugar con ellas, tomarlas entre las patas y dejarlas ir.
Una vez entendido y dominado el juego, cualquier gallina poeta tendrá una ventaja sobre el resto de las gallinas ciegas.
La gallina poeta no siempre será entendida, muchas veces se verá inmersa en un juego solitario que la aísla de las demás gallinas, pero si la gallina encuentra la belleza en la crudeza de su destino, la gallina habrá puesto sus huevos en la hora y el sitio adecuado para alumbrar su propio camino, y si es posible el de una que otra gallina que ande perdida o atolondrada en la superficie de la vida.
Y no es que la gallina poeta posea una luminosidad en sí misma, pues muchas veces, casi siempre, la gallina poeta se encuentra tan oscura y perdida como la mayoría de las gallinas. La diferencia consiste en que la gallina poeta está hermosamente condenada a perseguir la luz en la ceguera colectiva que hemos heredado al nacer, y esa es quizá su mayor virtud.
