Fecha: 4 de… de 20…
(No sé a qué horas de mi madrugada con lluvia, mientras, usted, allá en la suya de hospital, de guardia)
A: la Doctora Cósmica.
Hasta donde quiera que anden sus pasos
De: Hermes
Desde una fría noche en que la pienso
Luego que te vi, mujer,
Yo te pude querer con toditita mi alma
(Gema, Canción popular)
Doctora Cósmica:
Tal vez le parezca extraña y ridícula esta forma de acercarme a usted y hacerle unos saludos. Lo que pasa es que leía unos poemas y es madrugada; además, llueve y hace frío. Eso algunas veces basta para activar las nostalgias y las esperanzas (sí, yo sé que usted pasa madrugadas infernales entre guardias y el no dormir como para que llegue este sujeto a romantizarle los desvelos) Pero ¡Ay! Doctora Cósmica, es que, en medio de todo eso, yo nací unas ganas de abrazarla y oír su voz. Acaso nomás verla, me conformaría con eso este año.
Pero (sí, siempre hay un pero en este mundo para los que sueñan con lo bello) no se puede. Usted sabe, estamos lejos en todos los sentidos, así que: ni abrazarla, ni oírla y ni verla se puede.
Además, suponiendo – digo, es nomás una suposición – que yo intentara anular la distancia que hay entre su cintura y mis manos; aunque yo llegara ahorita a su hospital en persona, sabemos de una fatalidad: usted es tan estrella y yo tan piedra. Esa es suficiente razón para saber que, aunque parado yo ahí – seguramente con una flor o, alguna otra arma del amor- frente a usted, no dejaría aún, de estar a años luz de un abrazo suyo, un beso, un agarrarle sus manitas y su cinturita.
En fin, el caso es que acá, donde mi madrugada; la lluvia y usted no cesan. No es de extrañarse que usted no cese de latir en mi pecho, porque sabe, USTED ES AHORITA “LA MUCHACHA DE MI CORAZÓN” ¡Ah! Es que no le he explicado qué es eso, mire, el Felipín, un niño de acá, campesino, una vez me dijo esto:
¿Usté sabe qué es la “una muchacha de su corazón” de un cronopio? Bueno si usté no sabe yo le platico. Todo cronopio la tiene. Pasa a veces que uno, como cronopio que es, por muy mula y bestia que sea siempre se ablanda con los ojos de venado, o lunares o cabello o piernas o mirar, y ya ni le digo con la voz y el hablar de una muchacha de su corazón. En cuanto se pasa junto a ella, o la miras por primera vez, o sea que como quien dice, que la conoces, como cronopio que eres, sientes así en tu panza que esa es la muchacha de tu corazón. Sí, en la panza, porque a luego como que te dan cosquillas y te entra la nerviosidá si es que está cerca, y aunque sientas cosquillas y la nerviosidá, solo te dan ganas de verla, estar con ella, y cuando ella no está, no paras de pensarla…
Eso es lo que según le pasa a un hombre (el Felipín dice “cronopio” porque así nos autodenominamos fachosamente nosotros) cuando se topa en la vida con la muchacha para la que fue hecho. El Felipín dice que todo cronopio la tiene (es decir, esa muchacha que te hace reír como idiota y te pone nervioso al mirarla, o que no la dejas de pensar) y pues resulta que usted, Doctora Cósmica, siento clarito en mi panza que es la “esa muchacha de mi corazón”. No se haga, ya usted más o menos lo sabía, y ya sabe lo que provocan sus ojos cuando me ven.
En fin, yo sólo quería decirle eso, Doctora Cósmica, y así, a palabras, superar las lejanías. Usted bien sabe, también, que la palabra, cuando lleva ésta lumbre de querer, asume que la cercanía no consiste en la pequeñez de la distancia.
Bueno, ya para ir terminando. Yo sólo quería que sus ojos le dieran vida a éste sentimiento que le mando escribiendo. Y no sé, pue’ que, ojalá, alcance este palabreo en su tibieza, para arrancarle también una sonrisa tierna, o alcance incluso para más, eso tan difícil para un muchacho al que le gusta una muchacha que se encuentra lejos: acariciar con palabras el corazón de la tal muchacha, tan inalcanzable, tan imposible, pero que lo inspira mucho, que le gusta mucho. Que aunque lejos, se contenta en saber que ella sonríe al pasear sus ojitos por ésta carta.
Vale Doctora Cósmica, que entre distancias y tiempos, la palabra abrace y salga ganando.
Adiós.
Desde una noche en que la pienso
Atte. Ya sabe quién.
Pd1) Si resulta que mi carta de verdad es tibia y logra acariciarle el corazón, yo le doy permiso de sacarla cualquier momento que pase frío por su vida o que tenga una guardia que no se aguanta. Verá usted que a veces las palabras de amor sanan. Sea pues con ese fin que yo no deje nunca de escribirle si es que logro acariciarle el corazón. Sea pues con ese fin que yo ponga en estas palabras toda la inspiración que pueda tenerle un hombre a una mujer.