VINO LA QUE SE DEJA LA BARBA

VINO LA QUE SE DEJA LA BARBA 1
VINO LA QUE SE DEJA LA BARBA 2

Atrás noches, con calor y cuando la tarde se hacía oscura estaba yo bajo el guácimo cerca del pozo de la casa, donde agarra señal mi teléfono, y me decía la Adriana:  

-Son ya casi 6 años que llevan como revista.

– -Sí, ya casi 6 – reiteraba yo en cierto tono mientras encendía mi cigarro, y tras haber soltado a mi potro el dasein a su potrero. A la par se prendía también la luna allá arriba entre la melena oscura de la noche. Pintaba para ser un colmado en blanco firmamento.

-¡Mira Le-o-bar-do!  – Me entonaba diciendo la rizada Adriana con ese modo que sólo ella tiene para mentar mi nombre- voy a tratar de que Morelito tenga aportaciones una vez a la semana. Y no sé, estaba pensando en que incluso tenga colaboraciones con el Felipín. Oye, por cierto, no le has pagado al José los ochocientos pesos del Hosting, ya no nos va a querer ayudar.

-Ajá, ok- le respondo un tanto distraído, al ver, cómo, entre lo claroscuro allá dentro de la casa, se me figuraba, sentado, como la silueta de mi amigo David. 

-¡Mira nada más a aquel!  – le digo entusiasmado a la Adriana, con la alegría esa en la voz, de cuando vuelves a ver a un amigo traído desde muy lejos.

– Ha de haber venido por cigarros- digo entre susurros.  

– ¿Quién? – alega ella, también, entre susurros, y no sabiendo por qué así hablo, ni de qué hablo. Su voz medio se corta, la señal falla, poco llega en estos montes.  

-Al rato te cuento- le apuro al decirle y le cuelgo ¡Vaya a saber ya si me oyó!   Me quito los acicates, jalo mi sombrero, y le urjo corriendo hacia dentro de la casa.

 Y ahí está, sentado en su eterna pose: cruzado de pierna con el cigarro en mano. Trae aquella chamarra negra que nunca se quitaba para ir a dar clases, junto con los lentes, y la barba que lo distinguían. No cabe duda. Es mi amigo David: LA QUE SE DEJA LA BARBA.

Y una palabra suya es lo que conecta su alegría con mi asombro rompiendo el silencio:

-Sí-

– Sí ¿qué? – Le pregunto.

-Como una estrellita. Justo así ha de parecer la luz de un cigarro para quien nos vea desde lejos y a distancia ahorita ¿no crees?

-Según tú- Contesto.

– Es como la palabra. Que siempre ¡nunca deja de llegar por muy lejos que se vuelva un mundo!  – Comenta abrupto y sabio como era.

¡Ah! ¡Cómo nos enseñó!

A veces, cuando lo extraño, leo a María Zambrano. O escribo, como me encargó, y así me animó siempre.

– “Pa que te fuiste a morir”- le digo al mirarlo, como entre reclamos que hicieran mis ojos gallos por su ausencia.

– Ni modos corazón de pollo- me dice con su serenidad tan triste y sonríe irónico como siempre. Le jala al cigarro, sacude la ceniza, le da un sorbo a su café, y vuelve a cruzar la pierna tan habitual como se sienta. 

–  Deben seguir escribiendo, y hablar de lo que ya sabes; lo que quedó pendiente, y ahora, que sólo soy palabra, tendrás que decir tú. –  me dice con el tono reiterativo y pausado y mucho paciente que tenía cuando me jalaba las orejas.

-Seguro – le prometo, mientras lo quedo mirando, sabiendo que está gustoso de andarse paseando aquí, como Juan Preciado por Comala.

Tomamos más café y prendemos muchos más cigarros. Platicamos harto como cuando compartíamos taxi en trayecto a humanidades. Nos acordamos, reímos. Ora pregunta por ella.

– Se fue – le digo sintiendo una estaca en el pecho y la culpa en las venas.

-Te quería bastante- 

-Según eso se veía- contesto altivo, como si no me interesara. Como si no me hubiera dolido.

Se carcajea de mi resabio de machismo, como siempre- Corazón de pollo. Ya te dije que escribas- vuelve a decirme entre sonrisas irónicas que exhortan a hacerle caso.

Y eso está diciéndome, cuando me distrae la estampa de una lechuza que pasa como una raya láctea entre lo morado del cielo por la clara noche – ¡Mal agüero! – Comento clavado mirando al cielo. El viento acaricia los copetes espigados del zacate que mañana será banquete de las vacas. Todo es aplaco ¡Qué calma parecida tan al sosiego de un niño cuando duerme! Nos arrulla un canto de los grillos iluminado por la luz de los cocuyos.  Seguimos fumando en medio de ese concierto. Debe ser la media noche.

David se pone serio.

Lo miro de arriba abajo, como si no supiera yo qué es, y le pregunto -Cosa seria morirse ¿no amigo?

No dice nada y se levanta. Abraza mi soledad. Se sigue oyendo a lo lejos el aleteo de aquella ave blanca entre los vientos de la noche, y, también, como apurado por el escabroso agito, me dice mi amigo – me queda poco tiempo, lee esto y de ahí lo publicas en la revista. Es mi palabra de esta semana-

Obedezco, y me pongo a leer lo que dice:

LA QUE SE DEJA LA BARBA DICE:

No acepten la realidad tal y como dicen que es. Es una trampa. Yo soy homosexual. Y resistí toda mi vida contra quienes no aceptaban que lo fuera. Luché contra todo un lenguaje-mundo cargado de violencia machista y patriarcal; contra hábitos, comportamientos y demás modos de las violencias que negaban la posibilidad de ser diferente. Gente que decía quererme me rechazó y con ello me hirió, y sufrí mucho. Si les pasa, háblenlo, escríbanlo, denúncienlo en todos sus modos y sus formas, incluso en las que traemos dentro y nosotros, nosotras mismas reforzamos, y que son las que más daño nos hacen, porque son las más difíciles de ver. Yo también soy hije de Pedro Páramo.

Termino de leer la cosa y quedo emocionado, y doblo el papelito pa guardarlo mientras volteo a verlo

-De por sí, en eso estamos amigo…- pero ya es en vano. El viento ha vuelto a hacerme la travesura de llevárselo entre humos de fogata y de cigarros allá a lo alto, donde lejos, se oye, cómo se aleja hacia una estrella, blanco a lomos de lechuza.

Mi amigo David Reyes fue el primer columnista que tuvo la revista Cronopios y Divergencias en sus inicios, hace ya casi seis años. Su columna se llamaba “la que se deja la barba”. Pero ya no la hace, porque él se murió en noviembre de hace dos años, a causa su enfermedad. Y claro que su muerte nos dejó para siempre una tristeza en el corazón. Pero a más, transformamos la tristeza en convicción como Revista, y al preguntarnos por qué hacemos lo que hacemos, y por qué pensamos lo que pensamos, decimos: muchas muertes, muchas violencias, mucho sistema aniquilando tiene que ser denunciado. La muerte de mi amigo (que es estadística de los desechos de este sistema) nos hace, aun bloqueando un poco el sentimiento, decirlo.  Y de acuerdo (como sé que está conmigo David) lo diré ¿Apoco no fue una muerte sistémica?  Sin trabajo, sin recursos y enfermo, nadie sobrevive; y eso es aniquilación. A más, maquinado, sistematizado, calculado, estadístico; que pasa todos los días, a cada rato. Peor la cosa: que ya nos acostumbramos. En otro orden de mundo, como bien lo diría David, esto que nos hacemos, sería indignante.

Pero qué bueno que hay las letras ¡la palabra! La veo como una esperanza. Jamás imaginó David que sabrían de él en las latitudes de otras tierras, y serviría su palabra que nos dejó como consejo, como vuelo entre tantos que aún vamos a pie. Y eso fue posible por el aire metafórico que lleva siempre corriendo en todo, la palabra. A las palabras, hay gentes que las aman, tanto, que cuando mueren, en ellas rondan y se quedan. Y basta con decirlas para hacer aparecer a quien se queda viviendo a través de ellas. Sí, cultivar el alma a través de las palabras es un tanto no dejar del todo este mundo.

Como mi amigo David, que, entre ratos, a veces, como ustedes ya vieron, viene como humo, ligero, y por aquí y en nuestro corazón se pasea.  Sí, yo sé que está muerto, pero él no hace lo que hace un muerto normal. Nunca se conformó con ser lo que le decían que tenía que ser. Él era lo que quería. Por eso, a veces, muerto inquieto, sale de su nada, y habla, y viene y seriamente nos dice que hay que seguir; que mucho queda por hacer, y yo estoy de acuerdo. 

2 thoughts on “VINO LA QUE SE DEJA LA BARBA

  1. Me alegra saber su legado.
    David y yo compartimos mucho en la facultad de Letras en la UV.
    Tuvimos una temporada bien intensa. Dinos un taller de sensibilización literaria para un grupo de Lengua inglesa de la mtra. Irlanda.
    Dimos el curso de literatura de amor, locura y muerte en la fac. de Letras. E hicimos el seminario de Filosofía y poesía de María Zambrano. Pero lo más importante fueron las chelas, los chicharrones, los camiones, lo brillante que era. La última vez que lo ví ambos éramos profes. Lo extraño.

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