VOX POPULI

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Por Cynthia Sánchez

Todo acto humano está impregnado de ideología. Las relaciones sociales, de poder, económicas; el arte, la educación son un reflejo de una forma de concebir el mundo. No existe por tanto la neutralidad.

Si de manera inconsciente somos reproductores del sistema dominante y lo perpetuamos hasta en los actos más cotidianos de la vida, más aún lo hacen las estructuras creadas para ello, entre ellas la escuela. La educación “tradicional” que recibimos desde la primera infancia va moldeando nuestro carácter y sembrando en nuestro subconsciente, entre otras cosas, la naturalidad de las relaciones de ordeno y mando, de cumplimiento y castigo, de obediencia y sometimiento; no es casual que haya maestros que cuando en la secundaria intentan que los jóvenes se expresen libremente, estos no sepan cómo hacerlo, enmudezcan o sigan con docilidad la norma.

Siempre llama la atención aquel estudiante despabilado que crea y propone; y ya el sistema se encarga de destacarlo como “único”, “excepcional” y dejar en claro que no todos pueden serlo. Y desde ahí se fomenta esta idea del “caudillo” o “salvador”, es decir, tenemos que esperar a que un “iluminado” venga a recomponer el orden de las cosas, porque el vulgo, el pueblo, la colectividad, no tiene poder de cambio. ¿Será?

Vale la pena cuestionarse qué tipo de educación se da a la infancia y juventud día con día; qué valores y formas de pensamiento reciben, ¿realmente no tengo injerencia como madre, padre, familia, comunidad, sobre cómo se está formando ese ser humano?

Dice el doctor en Filosofía Félix García Moriyon en su libro Del socialismo utópico al anarquismo, que “La libertad comienza precisamente cuando nos negamos a aceptar que las cosas son como son y no pueden ser de otra manera, cuando nos negamos a ser “realistas” y luchamos por conseguir mucho más, siempre mucho más, cuando renunciamos a la seguridad de lo previsible y aceptamos el riesgo de lo imprevisible.”

La comodidad, la postura aprendida de aceptar y no decidir, de no cuestionar, de delegar en el gobierno u otras estructuras de poder nos han hecho que no pongamos atención en qué rumbo lleva la sociedad, el mundo todo. Quienes tenemos hijas o hijos delegamos nuestra responsabilidad formadora cuando deberíamos ser una parte activa en la construcción de un ser humano empático, colaborativo, “sentipensante”, como describió Eduardo Galeano.

La educación sucede en todo momento y ámbito, no solamente en la escuela, y podemos conscientemente participar de un modelo libertario, que apueste por la humanidad, por la transformación; esto a condición de tomar nuestro papel como generador del cambio; impulsar a los más pequeños a ser creativos, a saber que son únicos pero no los únicos; enseñarlos a jugar, a ser felices.

Como escribió Josefina Martín Luego en su Manual Teórico-Práctico, Paideia 25 años de educación libertaria: “Sabemos que educar es un arte, por eso la obra que nos resulte debe haber podido ser ella misma al tiempo que un miembro de la colectividad humana, pero debe amar la libertad y luchar por ella, debe ser vulnerable al sufrimiento humano y luchar por eliminarlo, debe asumir y cumplir los compromisos que toda sociedad necesita para vivir dignamente, debe ejercitar la justicia, debe aceptarse y aceptar las diferencias interindividuales, debe detestar la violencia y reivindicar la palabra razonada, debe ser feliz y luchar por la felicidad de los demás, debe sentirse igual y diferente al resto del género humano. Debe, en definitiva, ser una persona capaz de mejorar el mundo y sentirse feliz de hacerlo.”

La tarea no es fácil y requiere primero de romper nuestras propias estructuras y limitaciones, nuestra inercia a perpetuar el status quo, a pesar de que no nos favorece ni como humanidad ni al planeta como ente vivo. Rebelarse también es reeducarse.

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