Wulfrano Arturo Luna Ramírez
El día que subió sintió una mezcla de emoción y miedo, adosada con aplausos y murmullos, bajo las miradas de reflectores amarillos y un público que rayaba en la solemnidad.
En los camerinos, Ovando, el payaso más viejo y más vulgar del circo hojeaba un periódico electrónico: dos desaparecidas en Rodríguez en tres días.
-Anónimas, como esos pueblos sin nombre donde viven- un aplauso interrumpió sus pensamientos, apagó la pantalla y lanzó un escupitajo.
Afuera, en el pedestal seguía la función y los nervios del equilibrista. El sobresalto que le causó el tamborileo inicial que daba la bienvenida a su acto temerario, tan magnífico y tan ordinario a la vez, le hizo trastabillar en el escalón 44.
Abajo dijeron que no valía nada, que era mal reemplazo de Jacinto, quien aún con su pierna astillada dominaría el acto.
Ovando, ajeno al bullicio se quedó dormido; como el humor cuando la tragedia asoma el hocico.
Entre el público hubo expresiones de alarma, algunos gritos impertinentes: ¡se va a caer!, ¡bájenlo!, ¡se va a matar!
Todo se agolpaba en su pecho, en su garganta, equilibrista también del temor y la cautela. Se acordó de Tefanita, tan linda y tan solitaria de no ser por los tres hijitos que le dejó. Sus tres hijitos.
Sacó valor y llegó hasta el cuadrado metálico que daba inicio al precipicio, cortado a la mitad por los escasos dos centímetros de espesor de la cuerda de acero.
El tamborileo cesó.
Dicen que el ambiente allá arriba siempre es más denso, los sentidos se agudizan por unos momentos, pero si te descuidas todo se nubla con una penumbra más severa que la del hielo seco en la semiobscuridad de la pista, sin los tornasoles y neones de las luces de tramoya.
Dio quince pasos magistrales y a medio cable ejecutó el salto mortal que de por si era trabajar ahí, en ese circo trotamundos. Su cuerpo quiso caer, pero su mente no. Tefanita era la luz entre los abismos, su rostro el talismán, la nave imbatible en el mar de la desazón. Avanzó el último trecho entre el rugido de trombones y aplausos.
Lo había logrado, lo habían logrado.
Tras cobrar, podría reunirse con ella y sus hijitos.
Luego sabría verdaderamente lo que es transitar por sobre los aires y caer.
Lo habían despedido sin más pago que el boleto de regreso al abismo de donde quiso salir un año atrás, al unirse al circo.
Mas, la caída verdadera, sin la red protectora cable abajo, estaba aún por iniciar.
La casa sola, los hijitos rumbo al «gabacho», decían unos, abrazados a las drogas y abrasados por el narco.
De Tefanita ni noticias, pura nota roja.