Como un sol: lloviendo luz por mi mirada, entra. Y nada hay que colme más azul en mis instantes –igual que tibio eco en profunda cueva- que el aura en flor cerúlea de tal mujer con cisne blanco en el andar.
Ave de infinito trino, habitante del jardín perpetuo me siento; pues los límites del tiempo en horizonte se abren, repentinos extendidos, y sin fin, a su tal instantáneo y perdurable encuentro.
Y TODO ¡Oh! Desconocida, creas con mirarme.
Desconocida eres.
Pero algo familiar lleva tu presencia; algo que sobresalta al alma en mis reminiscencias.
¿Serás como aquella esperanza que tras nosotros viene y, sin embargo ¡ay! incrédulos perdemos?
A una palabra estás de lejos
¡Qué abismo tiende la palabra que no se dice!
Como pájaro sin alas, llorando al etéreo, lloró también Orfeo, dudoso a la salida del infierno.
Así, como Eurídice al siguiente instante, te desvaneces para siempre como aire, en el mundo éste, imposible ¡ay! otra vez para encontrarte.