Primera esquizofrenia: El Tío Larisláo.

Primera esquizofrenia: El Tío Larisláo. 1

PRIMERA ESQUIZOFRENIA: EL TÍO LARISLÁO
Cuando la tarde termina de ser roja y cae lento el sol por detrás del horizonte allende bailan los cañales, se sabe que es la hora de guardar el día y encender la noche. La luna, reina y hermosa de lo etéreo se pasea por el cielo con suspiros del céfiro quedante. Sonríe, porque el campesino ha peinado la tierra. Hecha su labor, éste merece que su cuerpo beba de aquella luz plateada que riega la luna sonriendo y fresca. Los poros callosos la beben. Descansa vivo y uno, con lo vivo y uno. Y no hay mejor vida, que aquél rocío que alquimea en silencio y misterio en la noche para las flores que seremos por las mañanas. Para el sembrante, descansar en los brazos de las noches es gestar la vida al día día. Preñar de amaneceres la oscuridad.

De pronto:
La noche campesina esjun oír. Escuchar. Los silencios hablan. La oscuridad es su lugar, y los fantasmas su lenguaje– Me dice una esquizofrenia que habla.

Todo silencio es cosa que dice. Todo tiene arreglo de entendimiento para quien escucha, porque escuchando, es como andamos el mundo quienes hablamos y decimos desde el corazón. Si la noche ejoscura, por ejemplo, y tenemos guitarra, y canción, lumbre, cocuyos; ya es luminoso. Pero más luminoso se vuelve, si tenemos palabrar. Palabrar, nació así por el asombro de lo que se escuchó. Siempre fue ya un testimonio nuestra palabra. Luz, para quien esté solo, es la palabra. Y como luz, pues también, calientito. Sí, tibio; así como el pocillo se vuelve con el café.

Yo escucho atento, aunque atendiendo primordialmente mi quehacer con la carga que le bajo al potro dalton.

Las más de las veces el mundo, la noche, la oscuridad y los cocuyos se vuelven mitos y sentido en la voz de Tío Larisláo. El único que queda palabrando (como dice él) en mis noches que la soledad.
Y dice:
Cuando la palabras brotan, ujardín de flore parece nuestro pecho. Y camina. Anda tu pensar junto con el del otro en la ida y vuelta. Ta bueno ese pensamiento. Míralo, ta así:
Si tú te callajaquello que brota de tu corazón, entonces, erejún desierto. Calla, y silencio ere. Pero si tú naces palabras, tu corazón cosecha lo vuelves. Y con colores, y con sonrisas. Una primavera del decir. Celebras que el otro o la otra puede llegar a ti. ¿Y cómo se logra llegar al otro o la otra? Puej con escuchar la vida. Es por eso que debemos saber qué significan los sonidos. Cachar qué mero es lo que dicen. No tanto por saber qué mero significan, sino pa sabé qué nacen.
Míralo, aclaralo tu pensamiento como el cielo que hoy no tiene nube. El silencio, escuchándolo sirve para eso, quitar toda nube de ruido en tu pensar. Luego, tú habla. Y escribe, porque las palabras son lo más bonito y mejor que tenemos para hacer brillar los ojos de las personas. Aunque ya sea que no estén. Sí, que sea que ya están difuntos.


Todo eso y más me dijo el Tío Larisláo al llegar a casa después de tanto jornal, de tanto cañal, monte, cabalgar y machete. Estábamos ya entre la penumbra del guácimo que cobija el pozo donde desensillo el potro. Su sombra se alimenta de la noche. La noche es su venir.

-Ya tío, que los muertos no hablan,- le dije.

Si no hablamos, cómo ej que escuchamos. –remató diciendo. Y la noche se lo llevó como un suspiro. Solté el potro. Me fui al corredor de la casa. Ya sentado sobre costales de maíz, con un pocillo de café, la rebanada de pan, y por último, fumando tabaco, comencé el pensar.

La noche era más densa pero prestaba su silencio y su misterio, sí tal, que quedé rato clavando miradas en la indescifrable oscuridad. Me quedaba el trabajo de escribir. Hacía días no veía al Búho Hermes, y El filosofito, colgado de una estrella, a viajar se había ido tenía ya tres días.

Encendí una vela que ya me esperaba afilando su luz, y comencé a regar con tinta, en versos sobre un papel, esto de mi corazón:

Canto I
Una noche de mis veintisiete años
[¡Ah! Tal gran noche que aún me da escalofríos]
entró a picotazos, con tristes daños
la ansiedad, hendiendo mi pecho umbrío.
Cuitando la flor azul de mi alegría
delilare, lloré a aviesa arpía su brío.
A una soledad de otero sucumbía
Que, nunca visitado en hondos llanos,
sólo ristras de desgracia conocía.
En Getsemaní entré tal noche, hermanos,
Pero…ni siquiera ejemplo de aquel dios,
mientras que clavado en cruz, pies y manos
sé, oró. A mí, no, ni Cáliz ni calvarios,
Pues armonías de Apolos y Dionisios
Ya perdido, tal poeta Dante abocó,
Yo, entre mentales infiernos de instantes,
-no en recorrido que el toscano enfocó –
Sino esquizofrenia en mi alma palpipante
Viaje a las oscuridades emprendía. 

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