Heidegger y el Tío Larisláo

Heidegger y el Tío Larisláo 1

Dicen los que saben que las palabras, algunas veces, como la luz, imperceptiblemente acarician el corazón. Así, hay las noches que con frío en los sentimientos, yo palabro con el Tío Larisláo, y todas las cosas, aunque sea a la noche, se aclaran.

Tal magia tiene en la palabra el Tío; que,  si dice, por ejemplo: «Sol» sonríe la lumbre en la fogata; sí, así, como sintiéndose aludida.

Hay veces que yendo a caballo y arreando las reses, o que ya sea entre el descanso al sembrar el maíz, o que ya sea a pie buscando el ganado que se salió al bajo – allá donde se encharca lagua  y se cierra más el monte –  o en fin, que sea entre otros quehaceres, el Tío te dice su palabra, y te explica de los seres que habitan los montes.

Que el arroyo “no es mero agua, sino un andante más” me dice. Y en tanto me lo dice, oigo, cómo clarito, el arroyo agarra una corriente más veloz, como diciendo “sí, aquí estoy” y se muestra  como alguien que está vivo,  que canta – “Debes aprender a escuchar lo que anda” -me dice el Tío.

Claro que el Tío Larisláo no es mi Tío. Yo así le digo, como se hace acá con los mayores. Que no es que se les dice “Tíos” por ser mayores, sino porque tienen ese modo solemne de infundirte un respeto; y acá, que la palabra vale, uno escucha ante lo que respeta.

Quien ha palabrado con el Tío lo sabe, que si calla, sale de tal silencio enriquecido. “Callar es abrazar la verdad del otro” Dice el Tío. Sin embargo, un palabrar de él, es más que un simple cuentear, y un algo más que un simple ruido –  “Un palabrar verdadero, es lo que palabra siendo lo que palabra, y, estando lo que dice en su palabrar” – recalca siempre el Tío.

Claro que yo veo más Heidegger que nada en lo que me cuenta. Y veo, que ese chileatole entre el palabrar y hacer que lo palabrado sea, es parecido a la concatenación ontológica del ser y el lenguaje como aletheia, pues, la palabra que es lo que dice, es, también, carácter de éste fenómeno del decirse del ser: acontecer ontológico, que le decía Heidegger.

¡Obvioooooo!  no le platico ni digo así al Tío sobre el filósofo de la Selva Negra. Pues el Tío llegó a sus conclusiones ontológicas por otros medios, y sin ir a la escuela, y, mejor aún, de a oídas. Sí, porque él anda como siempre atento en eso de la escucha: que de la vaca que brama atascada en el lodo pegado al arroyo, que de los montes silentes cuando calma el día, que del río cuando se crece, que de la surada en octubre para alcanzar la última agua.

En fin, que el Tío,  habita tal que oye y comprende en la escucha y en la atención de los momentos. Por ejemplo, él no ve rayo, sino que experimenta el abrazarnos de lo que “anda” con una luz que ruge. “la luz que ruge” – dice- “rugir del cielo, no es mero ruido. Como luces que lloran de las estrellas por un momento, es el mero abrazarnos con una luz lo que anda”. 

Yo supongo que con eso, se refiere  a cuando en el momento del rayo,  alguien puede vislumbrar y ver todo por un momento. Como un fenómeno de comprensión.  Que, sucediendo un rayo, alguien vislumbra. Que ese momento, en que el rayo siendo y alguien viendo, puede sucederse el fenómeno de vislumbrar.

Somos – ontológicamente- dentro del momento del rayo. Por eso, Heidegger, a la entrada de su cabaña, aludiendo a Heráclito, reafirma: “el rayo lo dirige todo”.

Así, si preguntáramos ¿qué sucede con quien se encuentra dentro del momento del rayo? Se respondería: la comprensión. El vislumbre.  

Pero el Tío dice “nos abraza con luz lo que anda”. Y yo me digo ¿Qué es eso qué anda?

No sé, él habita caminando el mundo desde la expectación de que lo ocurre, anda como vivo decir.

¿Qué mundo habita el Tío donde todo está vivo y dice?

¿Quiénes y cómo andan los que andan?

Él, oye arroyos que cantan, y fogatas que ríen sabiéndose hijas del Sol. Cielos que abrazan con luz a través de los rayos, y, que tal suceder, sirve para vislumbrar, como verdades de lo que anda

 ¡Lo que anda!

¿Lo que anda?

En fin, es otro su mundo.

“Nada está. Todo anda estar. Está y estar es distinto. El viento, que silva, nunca está, el viento, que silva, siempre anda. Anda en estar” me dice el Tío.

Con “lo que anda” -no sé, me pongo a pensar- ¿Se referirá a lo que desde otros montes, otra selva,  otro día, otro alguien, otro campesino, preguntó como el sentido del ser?

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